jueves, 3 de agosto de 2017

Alberto Oliart / Insoportable Juan Benet

Sí, es posible que Juan Benet como escritor sea insoportable. El mismo lo decía: "Soy el escritor más pesado que conozco", y conocía muchos. 0, brillándole los ojos de risa y malicia si se le preguntaba qué estaba escribiendo, decía: "Estoy acabando un ladrillazo". Y es insoportable para quien quiera leerlo como quien lee un relato de Stevenson o una novela de Simenón, para el que quiere leer sin otro esfuerzo que ir captando los símbolos escritos que son las palabras y entendiendo a la velocidad posible de la lectura lo que está leyendo y la trama de lo que se cuenta. Porque al Juan Benet que va desde Nunca llegarás a Nada y Volverás a Región hasta Herrumbrosas lanzas no se le puede leer así, hay que leerlo despacio; en más de una ocasión hay que releer una y dos veces alguno de sus párrafos complejamente construidos, a veces sintácticamente fracturados, para captar o recrear su significado. Hay que perderse a menudo en una larga cadena de reflexiones que se enlazan una con otra cortando la ligazón con una trama siempre presente, pero siempre perdida o aludida de forma evanescente y con la que los largos párrafos tienen o no relación. Sí, comprendo que haya lectores que encuentren insoportable a Juan Benet, como en su día Quevedo encontró insoportable a Góngora; como para muchos de sus contemporáneos debieron resultar insoportables Cátulo y Propercio; como fue insoportable para muchos el Ulises de James Joyce (que no su Relato de un artistas adolescente o su Dublineses), o como debió de serlo Kafka (y aún es posible que siga siéndolo), o como lo fueron Cézanne o Van Gogh para la mayoría de sus contemporáneos (sobre todo para los que definían lo bueno y lo malo, lo soportable e insoportable académica y oficialmente); como lo fueron Braque y Picasso cuando iniciaron la aventura del cubismo; o Malevich para el gusto oficial estalinista; o El Greco para Felipe II; o Mayakowski, o el primer Brahms o -Stravinski o Calderón de la Barca para los neoclásicos del siglo XVIII, como pareció insoportable el Faulkner de The soldiers o el de Santuario; o los primeros pintores abstractos, o los surrealistas, o Juan Larrea. Y así la lista de los genios de las artes insoportables para la mayoría de sus contemporáneos podía seguir alargándose páginas y páginas.Hay expresiones artísticas en pintura, música, escultura o literatura que son amables, que envuelven nuestra sensibilidad y provocan la comunicación obra-espectador-lector sin esfuerzo, con facilidad. Hay otras que se enfrentan con nosotros, que se escarpan y erizan cuando queremos comprenderlas, que hay que luchar con ellas, como Jacob con el ángel, para llegar, no a dominarlas, pero sí a entenderlas y disfrutarlas.
Sí, Juan Benet puede resultar insoportable; y no sólo por la dificultad de su estilo, que ya es todo un tema, ese estilo de Volverás a Región, con el que rompía con toda la tradición anterior de la novela española; es también insoportable porque cuando se penetra a través de los bosques de párrafos y páginas escritas en una de las lenguas más perfectas de la prosa moderna española y se llega a lo que el escritor ha querido decir, se desnuda ante el lector la mirada del escritor, que, como la de los niños, es inmisericorde para la efímera y pobre realidad humana. Es insoportable Juan Benet porque el estilo épico, del que a menudo se vale, pone aún más intencionadamente de manifiesto la pobreza, la enteca miseria de los hombres y mujeres que viven en sus novelas; la falsa grandilocuencia con la que oculta su sordidez, su mísera condición; la gratuidad de sus empeños, la vaciedad hipócrita de sus ambiciones, lo deleznable de sus intereses, la magmática podredumbre de sus perversiones. Debe ser insoportable por esa atmósfera de misterio con que rodea las situaciones, las actitudes y hechos más obvios, más pedestres, más cotidianos, y que, con la doble tecnica del arma de misterio y del guiño que de pronto hace al lector para dejarle vislumbrar la otra cara de la cuestión, en realidad lo que está haciendo es poner de manifiesto todo el absurdo, todo lo irracional, todo lo grotesco, que es componente diario de la vida de todos nosotros. Puede parecer insoportable porque con una fuerza y un brío que difícilmente encuentra antecedentes en nuestra literatura incorpora y funde en y con el lenguaje artístico expresiones y términos jurídicos, matemáticos, geológicos, geométricos, y lo hace como una precisión y un acierto de los escritores que gozan del don de lenguas, del milagro del verbo.
Y yo, que durante 36 años de amistad ininterrumpida me he reído con Juan Benet como con nadie y he disfrutado de su fantasía, de su ingenio, de su increíble capacidad como narrador como con muy pocos (si grande y magnífico es el Juan Benet escrito, aunque sea insoportable, no sé si para algunos o para muchos tan grande o más lo era hablando, contando anécdotas vividas o inventadas, que es lo mismo), tengo que reconocer que también para algunos o para más de algunos podía resultar insoportable por esa seudopetulante agresividad, servida a maravilla por su perfil de ave rapaz, con la que defendía su permanente adolescente timidez; por la arbitrariedad de sus filas y fobias; por la acusada y constante precisión de sus juicios y críticas de escritores y personas; por su continua e insobornable actitud iconoclasta contra todo lo establecido y oficialmente consignado.
Sí, insoportable Juan Benet porque hizo de su vida un monumento a su independencia y a su libertad; porque siempre arremetía, con razón o sin ella, contra los cómodos lugares comunes, contra los frutos de la pereza intelectual, contra lo que Montaigne llama el pensamiento hinchado, pero no nutrido; contra todo lo que la prudencia en la mayoría de nosotros, o la cautela, aconseja decir o hacer o callar. Más allá de tener razón o no, lo que le importaba era ser él mismo, su interna coherencia, de la que al mismo tiempo, en transiciones que siempre nos cogían por sorpresa, se reía y hacía burla, afirmando entonces con una carcajada su supremo y último derecho a contradecirse.
Sí, Juan Benet podía resultar insoportable para quien no gozara con el espectáculo de su talento, de su ingenio, de su mágica (como la calificó don Pablo García-Arenal) existencia, con el derroche permanente de su inteligencia.
Fue coherente consigo mismo cuando asumió su muerte con la dignidad, el decoro y el recato que habían sido la raíz de su vida.
Si ahora, ¿muchos?, dicen que Juan Benet es insoportable al hablar de su literatura, yo les digo, parafraseando la frase final de su ensayo La inspiración y el estilo: ¿qué barreras, qué negativas de homenaje pueden prevalecer contra un hombre que fue capaz de inventar la realidad, de marcar un hito en la forma de novelar en España como Juan Benet lo hizo?
Alberto Oliart, ex ya de casi todo, abogado y ganadero en ejercicio, escritor y crítico literario a ratos perdidos y amigo de Juan Benet.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 17 de marzo de 1993
EL PAÍS


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