lunes, 19 de septiembre de 2016

Grace Paley / Cosas de todos los días

Grace Paley
Poster de T.A.

GRACE PALEY 

Cosas de todos

 los días


Con una nostalgia anticipada por el poco tiempo que le quedaría en el mundo, esta mujer de 83 ilumina con sus textos y sus reflexiones varias décadas de historia mundial a través de voces íntimas y cotidianas que parecen susurrar al oído del lector. Es Grace Paley, “pacifista provocativa y anarquista cooperativa”, según sus palabras, una señora que hace falta conocer.


Por Mariana Enriquez
8 de abril de 2005

Grace Paley tiene 83 años, y en toda su vida publicó tres libros de cuentos, una colección de ensayos y tres de poesía. Poca producción, es cierto, pero al mismo tiempo es casi imposible pensar en una obra más completa que la suya. Y, cuando se le pregunta a Paley por qué su producción es tan escasa, contesta sencillamente: “Es que el arte es largo, y la vida es corta”.
Los Cuentos Completos de Grace Paley, que acaba de publicar Anagrama, conforman una narración tan compacta que es difícil pensar qué más podría decir esta escritora neoyorquina, judía, hija de inmigrantes rusos socialistas. Tienen la densidad y exuberancia de una vida entera y el humor más implacable; la aparición en varios cuentos a través de los años de Fe, un personaje que muchos consideran alter-ego de Paley –ella lo niega– permite acompañar una existencia que parece casi real, verdadera, sobre todo porque la autora no se permite, por principio, ser terminante con sus personajes. Siempre parece darles una segunda oportunidad, una de comenzar otra vez, como suele suceder en la vida. En el cuento Conversación con mi padre escribe: “Siempre he despreciado esa línea recta irremediable entre dos puntos, donde la primera frase va seguida de una trama. No por razones literarias, sino porque desvanece toda esperanza. Todo el mundo, sean seres reales o inventados, merece el destino abierto de la vida”.
Grace Paley publicó su primer libro de cuentos, Batallas de amor en 1959, cuando tenía poco más de treinta años. Según ella, publicar tuvo que ver con “dos golpes de suerte”: tener una gripe que la obligó a dejar a sus hijos al cuidado de otra persona durante dos semanas, y que el padre de un compañero de escuela de sus chicos fuera editor de Doubleday. No se veía como escritora entonces. Ni antes. “Fui adolescente en los años treinta y mi mente estaba ocupada por el fascismo y la Guerra Civil española. No le daba al futuro ni cinco minutos. No me veía haciendo nada excepto salir, leer, hablar con la gente. Quería estar sola, quería salir con chicos.”
Su primera colección de cuentos apareció en pleno furor de la generación beat y Henry Miller, es decir, en un momento literario que poca atención le prestaba a las vicisitudes de mujeres pobres inmigrantes que pueblan las narraciones de Paley. Pero Philip Roth vio algo en ella, y en la reseña del libro que firmó dijo: “Es una escritora que entiende la soledad, el deseo, el egoísmo, espléndidamente cómica y de ninguna manera una dama. Tiene sentimientos profundos, una imaginación salvaje y un toque de dureza”.
Era cierto. El veloz estilo de Paley, casi vertiginoso, está cargado de las voces que escuchó al crecer en el Bronx; las de inmigrantes, mujeres solas, niños que jugaban en la calle, hombres trabajadores, militantes políticos. En un renglón, una mujer puede casarse, divorciarse y conocer a un amante. Los diálogos revelan un oído atento y compasivo; nadie como Paley para comprender la verborragia femenina, el arte del chisme, las pequeñas explosiones diarias. “Las mujeres escriben diferente a los hombres”, dice. “Tenemos mucha conversación doméstica o personal. Las mujeres se sienten cómodas hablando de lo personal, a diferencia de los hombres. Se cuentan más cosas, y tienen muchos problemas en común. Algo interesante es que las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía.”
El cuento más famoso de Batallas de amor es "Dos historias cortas y tristes de una vida larga y feliz", donde aparece por primera vez el personaje de Fe. Con dos hijos, Fe está a punto de cenar con su amante. Los chicos enloquecen al hombre que, enojado, le dice a Fe “los educaste de una manera horrible”. Y ella piensa: “He tenido que educar a estos niños con una sola mano mientras con la otra le daba a las teclas de la máquina de escribir para ganarme la vida. Los he educado yo sola, sin la presencia de un padre con quien pudieran identificarse en el baño, como los demás niños que juegan con ellos en el parque. La inclemencia del destino me forzó a firmar un contrato leonino con la vida bohemia, o lo que queda de ella. Y he cumplido todas las cláusulas a pesar de las tentadoras ofertas que en forma de pantalones de esquí, lecciones de piano o entradas para rodeos me han hecho insistentemente mis amables parientes. Durante todo este tiempo he cuidado y alimentado a Richaed y a Tonto, les he enseñado a ir limpios y estar abiertos a las cosas que más interesan a los niños. De hecho hemos progresado mucho y no necesitamos ir a escarbar en las cajas de ropa usada del Ejército de Salvación”. Después de llegar a esta conclusión, se enfurece y le tira a su amante con un cenicero: “Y hubiera fallecido como un estúpido idiota si no hubiera sido porque las lágrimas enturbiaron mi visión en el momento decisivo y al final sólo le arranqué un pedazo del lóbulo de la oreja, que, al fin y al cabo, no es más que un inútil vestigio de una fase superada de la evolución”. Después de la disputa, sin embargo, quiere estar sola. Le dice a su hijo: “Antony, si te quedas podría asesinarte”. Pero su hijo no quiere salir a jugar y entonces Fe lo acuna: “Cerré los ojos y apoyé la cara en su cabeza morena. Pero el sol, siguiendo su curso, se asomó por entre las torres de los edificios de oficinas de la parte baja de la ciudad y, de repente, me iluminó con toda su fuerza. Y luego, a través de los gordos y cortos dedos de mi hijo, enterrado para siempre, como un rey tras las rejas en Alcatraz, mi corazón se iluminó a rayas”.
Todos los cuentos de Paley oscilan entre las ansias de libertad y las limitaciones de la vida doméstica. Pero, sin embargo, ella no cree que su maternidad le haya impedido jamás dedicarse a la escritura.
“Recuerdo hablar de esto en encuentros de mujeres. En una oportunidad hablaba con algunas que querían escribir y hacer otras cosas, y sus chicos se lo impedían. Creían que tenían deberes con sus hijos. Y en esto el movimiento de mujeres es muy agudo e inteligente. Hay que meterse en la cabeza que cuidar a los chicos no es una profesión que una tenga que hacer perfectamente. Esta idea de que hay que ponerlos en la mejor escuela, estar sobre ellos todo el tiempo... Bueno, primero, es engañarse a una misma. Una no es tan importante. El mundo ya los está criando, así que si una tiene un hijo que puede ser enviado a Africa y ser asesinado, es mejor que además de prestrarle atención al chico le preste atención al mundo. Todo está relacionado. No es una profesión para una mujer adulta criar hijos. Es parte de nuestra vida, pero no es una especialización. Y puede ser una limitación, pero eso es sólo la vida.”

La pacifista combativa

Su trabajo como escritora es sólo una parte de la vida de Grace Paley. Con igual o más pasión se dedicó, desde los años ‘50, al activismo político. Se define como “una pacifista combativa y una anarquista cooperativa”, y su trabajo militante en su barrio, Greenwich Village, se fue extendiendo con los años hasta llevarla a Vietnam en 1969, a China, a Moscú, a Chile. Esa entrada de la política se nota especialmente en Enormes cambios en el último momento, su segunda colección de cuentos publicada en 1974. Allí Fe vive su epifanía política cuando en el parque donde juegan sus hijos irrumpe una marcha contra la guerra de Vietnam. Más adelante, en el mismo libro, encuentra en el parque a madres solteras “por elección”, e irrumpen los temas de género, como la violencia contra la mujer (una violación brutal) en "La jovencita", uno de sus cuentos más estremecedores.
Paley estuvo presa varias veces en los ‘60 por cargos de desobediencia civil, y desde su Centro por la Paz en el Village participó con acciones de todo tipo, desde intervenciones teatrales y artísticas hasta seminarios sobre cultura vietnamita, pasando por manifestaciones frente a centros de reclutamiento y, por supuesto, presencia en todas las marchas masivas. “Creo que quienes dicen que sin el movimiento pacifista EE.UU. hubiera ganado la guerra tienen razón. Vietnam fue más bombardeado que Alemania y Japón, y sin embargo no pudieron destrozar todo. Creo que prevenimos que fuera peor, porque en mi opinión, de seguir adelante, el gobierno hubiera lanzado bombas nucleares sobre Vietnam. Las acciones radicales eran necesarias, desde la quema de cartillas, hasta que como militantes lleváramos a las marchas las bandera del Frente de Liberación Nacional vietnamita. Alguien tenía que llevarla, tenía que haber un reconocimiento de esa bandera, de quién era esa gente.”
Como feminista, Paley se considera una militante más, y no cree que tenga ninguna posición de liderazgo. Está conforme con haber sido útil, con haberle dado visibilidad al mundo privado femenino hasta entonces casi ignorado con sus relatos de los años ‘50. En los ‘60, sin embargo, organizó los primeros speak ups sobre el aborto en Nueva York, donde mujeres hablaban en público de las interrupciones de sus embarazos; allí contó su experiencia, sus dos abortos ilegales realizados durante los años ‘50 (uno de los médicos que la ayudó terminó preso). Y hoy cree que el movimiento de mujeres fue exitoso.
“Y por eso tiene que haber una reacción en contra necesariamente, porque mucha gente se ha sentido atacada por el movimiento de mujeres, especialmente los hombres. Y también mujeres. Hay muchas mujeres independientes que odian la idea de que haya existido un movimiento que las haya ayudado a progresar. En ese grupo de hombres frustrados y mujeres orgullosas tiene que haber una reacción. Porque algo ha sucedido. Algo bueno. Es dialéctica. Tiene que suceder que se enojen, así como tiene que haber una reacción negativa respecto al aborto. Lo que hay que hacer es verlo como una reacción negativa contra la vida sexual. El aborto es sólo una parte, aunque importante. Pero se trata de la vida sexual de las mujeres, y el establishment, las instituciones, la Iglesia, no pueden ni van a tomarse su falta de poder sobre eso livianamante. Quieren retomar su poder sobre nuestras vidas sexuales. Y una vez que reconozcamos eso, la gente se sentirá menos derrotada y podrá dar un salto adelante otra vez. Creo que mi obligación como una mujer vieja es mostrarles a las jóvenes lo lejos que llegamos. No se puede cuestionar que una chica de 18 años hoy tiene más posibilidades que una chica de la misma edad hace treinta años. ¿Esa chica quiere retroceder? No. Pero cuando una joven dice “no soy feminista” es una forma de aceptar que están dispuestas a retroceder.

La vieja escritora judía

El último libro de cuentos de Grace Paley se llama Más tarde, el mismo día y se publicó en 1985. En estas narraciones queda cada vez más claro que considera a la política como parte de la vida cotidiana, como un trabajo diario que atraviesa todos los ámbitos. Es un libro cómico, como todos -son inolvidables las declaraciones de la recurrente señora Raferty que, por ejemplo, dice: “Cuando no tienen los pulmones y el estómago destrozados por el exceso de trabajo, los hombres se largan por ahí. No te sientas decepcionada. No conozco ningún hombre que le haya durado toda la vida a una mujer”– pero está sobrevolado por una ansiedad constante: cómo proteger a los que uno ama, cómo proteger a los jóvenes de verdades terribles, como superar la muerte de los amigos. En el cuento "Amigas" desespera por los hijos “arrebatados por la guerra, las drogas, la locura”. Una y otra vez aparecen las sólidas amistades femeninas, forjadas en la calle y en las charlas de living; Ruth y Edie es un gran ejemplo y contiene una contundente definición: “Todas, Edie incluida, eran ideológica y espiritualmemte, y por principio puritano, contrarias a la desesperación”. Pero a veces desespera, sobre todo porque sus hijos han crecido radicalizados y cínicos. En El instante precioso, el hijo de Fe cuestiona a su madre diciendo: “¿Es que en esas estúpidas asambleas pacifistas a las que vas nunca se habla de otra cosa que no sea la necesidad de fundir un par de espadas gloriosas?” Los cuentos, como siempre, están enclavados en la intimidad, en las historias que le cuentan amigos o escucha en la calle, o son sencillamente extractos de charlas: “No estoy interesada en las grandes vidas, y nunca lo estuve. Existen y tienen sus biografías de héroes y heroínas. Me interesa mucho más cómo vive la gente cada día. Incluso de chica, escuchaba con más atención lo que contaban mis vecinos que las grandes historias heroicas. Creo que todo el mundo es heroico en cierto grado; es heroico preocuparse por los demás y no abandonarlos”.
Grace Paley, orgullosamente vieja, admite las limitaciones de su idealismo (especialmente en el soberbio cuento "Zagrowsky cuenta") y cada vez está más preocupada por la herencia, por la historia, por las historias familiares que, de algún modo, son la Historia. Y está cómoda viviendo en Vermont con su segundo esposo, participando en charlas (“mi activismo pasó de las calles a las conferencias, porque soy vieja, y mi trabajo político es contar cómo fue y cómo es”) y dando talleres con su amiga Ursula K. Le Guin cuando su salud se lo permite; hace dos años se sometió a una mastectomía, y piensa escribir sobre eso. “Mi sentimiento sobre la vejez es que, si uno tiene salud y suficiente dinero para vivir decentemente, envejecer está bien. Lo que sí me molesta es que me queda poco tiempo. No voy a ver crecer a mis nietos, por ejemplo. Recuerdo que mi padre se sentía así. Escribí un poema sobre eso. El sabía que no iba a ver el fin de la guerra de Vietnam. Decía, ‘puta, nunca sabré como terminará todo esto’. Hay un montón de cosas que uno no sabrá. Y hay tristeza porque los amigos empiezan a morir. La idea de que me iré de un mundo que está cada vez peor no me gusta, porque siempre pensé que era mi deber dejar al mundo mejor de cómo lo había encontrado. Pero si se tiene el hábito de ver cada día como una jornada completa, envejecer es interesante. Todos los días se conoce una persona nueva, una puesta de sol nueva. Todos los días pasan cosas hermosas.”



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