jueves, 7 de julio de 2016

Tolstói / Cien años en paz

Tolstoi
Poster de T.A.

Tolstói
CIEN AÑOS EN PAZ

Apóstoles de la no violencia: Lev Tolstói cumple cien años en paz

Se cumple el centenario de la muerte de este extraordinario novelista, autor de catedrales literarias como “Ana Karenina” o “Guerra y paz”, que también tuvo una interesante faceta de pensador. En “El reino de Dios está en vosotros” (Kairós) puede apreciarse su esfuerzo por defender una sociedad no violenta. 

Texto: Antonio G. Iturbe
Cuando alguien me pide que le aconseje un taller literario al que inscribirse, lo que le recomiendo es que se lea de cabo a rabo Guerra y paz. Ahí está todo: ficción y no ficción, amor y aventuras, novela costumbrista y psicológica, acción y reflexión moral. Parece difícil llevar mucho más allá el arte de la novela. Este aristócrata ruso que tuvo una juventud disipada donde no faltó el juego, la juerga, el derroche y la arrogancia de su rango militar, culminada con su celebridad como escritor, terminó renegando de su vida anterior y hasta de sus propias novelas, llevado de un afán por dotar de un sentido más noble a su vida.
Otra vida es posible
Ya al retirarse desencantado del ejército, con poco más de 30 años, se instaló en la finca familiar de Yásnaia Poliana y allí se encontró con un panorama de pobreza y sufrimiento campesinos que lo impresionó. Fundó una escuela gratuita para que pudieran acudir todos los que lo deseasen y se implicó en la mejora de las condiciones laborales de sus empleados. Allí escribió Guerra y paz y sus grandes novelas, pero pasado el tiempo creció su interés en el estudio de las escrituras y de tratar de llegar a la máxima pureza espiritual.
Tolstói es a menudo dibujado como un gran escritor que, en la etapa final de su vida, se convirtió en un viejo chiflado trastornado por su misticismo, que acabó fugándose de su casa con 82 años y muriendo de pulmonía en una solitaria estación de tren como un mendigo. Pero las cosas no fueron exactamente así. La indagación interior de Tolstói se inició cuando tenía treinta y tantos años y fue una progresión constante desde entonces, que se acentuó no en los últimos días, sino en las últimas décadas de su vida. El resultado de estas indagaciones filosóficas, literarias y morales (que le llevaron a estudiar griego clásico y arameo para leer las Escrituras) se han plasmado en diversas obras, mucho menos conocidas que sus grandes novelas, pero que demuestran, más que a un viejo chiflado, a un brillante compilador, precursor de muchas ideas que estaban aflorando sobre el antimilitarismo, la no violencia y la resistencia civil. Él no se arroga el mérito de decir nada nuevo, sino que incide en algo que ya está presente en las parábolas de Jesús de Nazareth, la catequesis de la no resistencia de Adin Ballou o el antiesclavismo de William Lloyd Garrison.
Durante el siglo XX esta reivindicación de Tolstói sería recogida por personajes tan influyentes como Gandhi o Martín Luther King. En la edición de El Reino de Dios está en vosotros que ahora publica oportunamente Kairós se incluye en un anexo la correspondencia entre un joven Gandhi y Tólstoi. La última carta que el escritor ruso envía a Gandhi está fechada a 7 de septiembre de 1910, tan sólo nueve semanas antes de fallecer, y si a alguien le quedan dudas de su lucidez, sólo ha de leer esas líneas. Además, Acantilado ya publicó una amplia selección de la correspondencia de Tolstói en un esclarecedor volumen coordinado por la especialista Selma Ancira.
Es cierto que Tolstói en esos tiempos estaba instalado en una radicalidad que propugnaba la abolición de los impuestos, de la policía, de todas las instituciones legales y del Estado, aunque tampoco está muy claro cuál era su plan B para evitar que la falta de reglas privilegiase a los más fuertes sobre los más débiles. Pero de lo que no cabe duda es que la capacidad de Tólstoi para poner de manifiesto las contradicciones e hipocresías de los órganos representativos de las religiones (empezando por la católica) resulta muy razonada y su defensa de la no violencia, tan vehemente como admirable.
El reino de Dios está en vosotros se centra en la cuestión de la legitimidad del uso de la violencia, especialmente por parte del ejército. Con argumentos difícilmente rebatibles, pone de manifiesto la hipocresía de la Iglesia Católica, que considera pecado matar pero que tiene curas militares que bendicen a los soldados que matan a docenas de seres humanos en las guerras. Tolstói repasa las críticas que se hacen a sus opiniones (de hecho, el libro fue prohibido en Rusia) para refutarlas sistemáticamente. Los religiosos tratan de justificar el uso de la violencia de dos maneras: acudiendo a la violencia que se despliega en el Antiguo Testamento o aludiendo a la necesidad de proteger a las almas buenas, porque si no el mundo quedaría en poder del mal. El escritor señala que, precisamente, el Nuevo Testamento entra en contradicción con el Antiguo y que justamente parece querer rectificarlo, y ésa es la misión de Jesús: llevar un mensaje de amor claro que haga entender las verdaderas intenciones de Dios. Y el de la defensa de los justos es un aspecto que Jesús rechaza. Su sermón de la montaña es claro: todos somos hijos de Dios, debes amar a tu enemigo y, si te abofetean, poner la otra mejilla. Es un mensaje tan claro que pretender que sea metafórico y que donde diga que has de amar a tu enemigo en realidad quiera decir que puedes bombardearlo, dispararle y fusilarlo si se tercia, parece un ejercicio bastante cínico. El mismo que, señala Tolstói, lleva haciendo la Santa Madre Iglesia desde hace quince siglos.
Comenta cómo los laicos también atacan su posición considerando que la doctrina propugnada por Jesús es errónea y que si se pusiera en práctica, la sociedad “se desviaría del camino por el que avanza la civilización”. Y Tolstói señala: “En otras palabras, si empezáramos a vivir de modo correcto, tal como nos enseñó Cristo, no podríamos continuar con nuestro modo incorrecto de vivir, que es al que estamos acostumbrados”.
Tolstói vaticina que llegará una época en que “la mayoría de hombres se avergonzará de ser cómplice y emplear la violencia, como en la actualidad se avergüenza de estafar o robar”. Y resulta enternecedor su optimismo, al ver en el incipiente siglo XX indicios de cambios en el mundo: “Los opresores –es decir, los que gobiernan– y los que sacan provecho de la violencia –es decir, los ricos– no se ven ya a sí mismos, tal y como sucedía antes, como la crema de la sociedad, el ideal de prosperidad y grandeza al cual aspiraban todos los oprimidos del pasado”.
Ojalá lleguemos a ver ese mundo de Tolstói donde las estatuas no se erigen a generales, ricos y eclesiásticos, sino a científicos, inventores y artistas. Dijeron que estaba mal de la cabeza, prohibieron sus libros, lo excomulgaron en 1901 y en la Academia Sueca se hicieron los ídem a la hora de concederle un premio Nobel que se pedía a gritos. Y es posible que Tolstói fuera un utópico, un adelantado a su época o un ingenuo, pero de chiflado no tenía ni un pelo de la barba.




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