lunes, 6 de mayo de 2013

Jeffrey Eugenides / Las trampas del discurso amoroso





Jeffrey Eugenides

La trama nupcial 

Por Carlos Romero
Tras el éxito que obtuvo Eugenides con su ópera primaLas vírgenes suicidas (llevada al cine por Sofia Coppola) y deslumbrar a la crítica con Middlesex, premio Pulitzer 2003, llega a España, diez años después de su segunda novela, su tercera obra, La trama nupcial.

La novela se centra en el triángulo amoroso que componen Hanna, Leonard Y Mitchell. A lo largo de un par de años seguimos a estos tres personajes. Estos años son precisamente los más cruciales en sus vidas: el paso de los últimos meses en la universidad y la toma de decisiones vitales que te enfrenta con la edad adulta.
Hanna, eje central del triángulo, es estudiante de literatura y prepara una tesis sobre la novela victoriana. Este hecho recorre toda la novela puesto que, La trama nupcial es una revisitación de las grandes novelas decimonónicas inglesas donde la joven dama tiene que decidir con cuál de sus pretendientes se queda.

Este apunte me parece uno de los grandes aciertos del libro ya que puede leerse a varios niveles. Si uno es un lector neófito en la materia, puede leer y disfrutar de la novela de manera clara y sencilla ya que la historia está muy bien construida y sus personajes son muy humanos y creíbles. Pero, además, si se es un lector un poco más avezado, puede analizarse paso a paso esta novela en paralelo a las novelas inglesas del XIX. Amén de muchos guiños intercalados en sus páginas, como el hecho de nombrar a la loca del ático, todo el primer capítulo entronca y se puede explicar con la teoría deconstruccionista de Derrida y compañía que estaba en boga en los campus universitarios de letras en aquellos años ochenta, marco temporal en que se desarrolla la historia.

Eugenides ha sabido construir una novela victoriana ambientada en los últimos años del siglo XX a la par que una novela sobre el amor y las múltiples contradicciones y reacciones que provoca, lo que demuestra una vez más, a mi juicio, que en esto de la literatura está todo inventado temática y estructuralmente, pero que son los pequeños detalles y resquicios lo que hace que una novela más se transforme en una buena novela. Eugenides firma una gran novela clásica.



http://conlmayuscula.blogspot.com/2013/04/la-trama-nupcial-jeffrey-eugenides.html




Jeffrey Eugenides 

"La Trama Nupcial 

es un tributo a mi juventud"

Llega la última novela del autor Las vírgenes suicidas y Middlesex.
por Roberto Careaga C.
Corría 1982, Jeffrey Eugenides tenía 21 años y terminaba un viaje por el mundo, en que puso en práctica la más radical caridad católica. Después de tres meses trabajando como voluntario en el hogar de la madre Teresa, en Calcutta, asistiendo a leprosos y moribundos, supo que esa no era la vida que quería llevar. Volvió a Estados Unidos y a su pasión original, la literatura. Treinta años después, los mundos se mezclan: en la última novela de Eugenides, La trama nupcial, uno de los personajes hace exactamente el mismo viaje, impulsado por la misma fascinación cristiana. “Es un tributo a mi juventud”, dice el escritor.
Publicada el año pasado y ahora en Chile, La trama nupcial fue el esperado regreso de Eugenides a diez años de su celebrada Middlesex (Premio Pulitzer 2002). Aplaudida por la crítica, en la ola de reseñas un personaje llamó la atención, Leonard Bankhead, quien rápidamente fue asociado al fallecido escritor David Foster Wallace. Ambos mascan tabaco, usan pañuelos en la frente, son brillantes, depresivos y los acecha el suicidio. Eugenides se limita a negar las similitudes. Está más preocupado del guión, basado en la novela, que llevará al cine Greg Mottola (SupercoolAdventureland).
Lo que no niega es que su viaje a la India esté en el libro. En el papel, esa travesía la realiza en la novela Michael Grammaticus, el tercero imposible de la relación entre Leonard Bankhead y Madeleine Hanna, ideóloga tácita de todo libro. Eugenides organiza La trama nupcial en torno a la tesis en que trabaja Madeleine para la universidad, un contrapunto de las novelas de amor decimonónicas y las trampas del discurso amoroso, según Roland Barthes.
La novela arranca con un vertiginoso retrato de la vida en la Universidad de Brown y el devastador efecto que a inicios de los 80 provocó el arribo de las teorías posmodernas de Derrida, Foucault y compañía, en los estudios humanísticos. Desde un bosque de citas literarias -de Jane Austen a Barthes, etc.- Eugenides lleva La trama nupcial a un tema mucho menos teórico: el paso hacia la adultez de Madeleine, Leonard y Charlie.
Desde Nueva Jersey, donde vive y da clases en la Universidad de Princeton, el autor de Las vírgenes suicidas cuenta al teléfono que La trampa nupcial viene de los escombros de una novela sobre una poderosa familia de Detroit. Madeleine era parte de ese libro. Cuando Eugenides narró su paso por la universidad, encontró el libro que buscaba: “La base de la novela está en la irónica situación de que Madeleine está en un curso de semiótica estudiando el discurso literario sobre el amor y se enamora de un compañero de clase”, dice.
Las novelas y el estudio literario, de hecho, definen las relaciones de Madeleine.
Me interesa el poder del arte en la vida de las personas. Me interesa cuánto de esas novelas amorosas, como las de Jane Austen, han influenciado nuestra percepción sobre el amor, romance y el matrimonio. Cuánto de esas novelas se ha convertido en realidad en nuestras vidas.
En la fascinación de Madeleine con Austen, George Eliot o las hermanas Bronte, ¿hay un homenaje a sus novelas?
No. No quería escribir ese tipo de libro. La trama nupcial es un tributo a un tiempo en el que llegamos al final de todo un sistema de referencias culturales. Un tiempo en el que podíamos decidir qué tomar y qué abandonar de la tradición cultural y literaria.
Entonces, ¿para usted autores como Derrida o Barthes fueron importantes?
Tuve una relación de amor y odio con ellos. Primero me atrajeron sus ideas, creo que me influenciaron mucho, pero también los resistí. Supongo que Focault se puede rastrear en Middlesex, pero en esos años para mí fueron más importantes los autores como James Joyce o escritores experimentales. También Nabokov o Bellow.
¿Qué tan autobiográfica es esta novela? ¿Foster Wallace es la inspiración para el personaje de Leonard?
Ese rumor es falso. De hecho, no puedo decir que fuéramos amigos. Nos vimos una vez en Italia y tuvimos cierta correspondencia. El personaje de Michael sí tiene algo autobiográfico: hice ese viaje, estuve en el hogar de la madre Teresa. Esta novela es sobre un tiempo real que viví. Siempre escribo sobre lo que he vivido.

http://diario.latercera.com/2013/04/14/01/contenido/cultura-entretencion/30-134468-9-jeffrey-eugenides-la-trama-nupcial-es-un-tributo-a-mi-juventud.shtml



Jeffrey Eugenides
LAS TRAMPAS DEL DISCURSO AMOROSO

Desmontar el amor

Jeffrey Eugenides escribe novelas cada nueve años y de propuestas muy distintas

En 'La trama nupcial' no reivindica la novela decimonónica, pero sí algunos aspectos de la tradición


El escritor estadounidense Jeffrey Eugenides. / PASCAL PERICH
Nacido en 1960 en Detroit, urbe que durante décadas fue el corazón de la industria automovilística más poderosa del planeta, a lo largo de su infancia y juventud Jeffrey Eugenides vivió de cerca el dramático proceso de deterioro que sufrió su ciudad natal desde el punto de observación privilegiado de Grosse Point, zona residencial situada en las orillas del lago Michigan. Estos dos enclaves, el centro urbano de Detroit y las áreas limítrofes a la metrópolis, constituyen el escenario de sus dos primeras creaciones novelísticas. Las vírgenes suicidas (1993) refiere la historia de cinco hermanas que ponen fin de manera consecutiva a sus vidas tras asomarse al terror primordial del sexo. Contada en primera persona del plural, la narración reproduce las fluctuaciones del coro de voces masculinas configurado por los antiguos pretendientes de las hermanas. La novela sorprendió por su frescura y originalidad y fue llevada al cine por Sofia Coppola. Nueve años después, en 2002, el escritor americano de origen griego publicaba una fábula si cabe más audaz y sorprendente que la anterior. Middlesex es una obra de considerable complejidad y ambición, diestramente contada por alguien (Calíope o Cal Stephanides, según el momento de la historia en que nos encontremos) que cambia de sexo durante el transcurso de la narración. La novela efectúa un recorrido por varias fases de la historia de una familia que se muda de continente, a la vez que da cuenta de diversos episodios históricos con la crónica convulsa de Detroit como trasfondo. Middlesex fue galardonada con el Premio Pulitzer en 2007. Con misteriosa regularidad, tras otros nueve años exactos de silencio narrativo, en 2011, Eugenides publicó en Estados Unidos una obra muy distinta de sus dos apuestas narrativas anteriores. La trama nupcial, que ahora edita Anagrama, es una luminosa meditación acerca de la distancia que media entre la vida y la literatura cuando esta última trata de atrapar el misterio inasible de la pasión amorosa. Con enorme agilidad, la acción da cuenta de las peripecias de un triángulo sentimental en el que se ven envueltos tres jóvenes que cursan estudios universitarios en un campus de élite de la Costa Este de Estados Unidos. En La trama nupcial Jeffrey Eugenides se adentra en un mundo ficcional tan alejado de los que había explorado en sus dos entregas anteriores que el lector tiene la sensación de estar frente a un escritor radicalmente nuevo. La conversación tiene lugar en un café senegalés de la Avenida Madison, en Manhattan. Jeffrey Eugenides transmite una impresión de inmediatez, claridad, sencillez y autenticidad que son reflejo fiel de los sentimientos que transmite su prosa.
PREGUNTA. Resulta intrigante saber que el motor de su última novela fue una frase que acababa de escribir.
RESPUESTA. Rigurosamente cierto. La protagonista de La trama nupcial estudia semiótica en la universidad, aunque lo que le gusta de verdad son las novelas a la antigua usanza, como las de Jane Austen. La frase que usted dice es: “Los problemas amorosos de Madeleine empezaron cuando sus lecturas de teoría literaria desconstruyeron la idea que tenía del amor”. En el momento en que escribí eso comprendí que tenía que empezar una novela distinta.
P. ¿Qué papel juega en todo esto la semiótica?
R. Madeleine lee con fruición los Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes, libro que le sirve para articular una postura intelectual acerca de la experiencia del amor, que la realidad se encarga de desmontar con suma facilidad, porque a la hora de la verdad se enamora perdidamente sin que ninguna teoría le sirva de ayuda.
P. Usted es autor de tres novelas que llaman la atención por lo distintas que son entre sí. ¿Cómo ve los cambios que le han llevado de un título a otro?

Cuando escribo un guion siento que estoy ante un enorme vacío. Echo de menos los matices de que es capaz la prosa
R. En Las vírgenes suicidas prima el lenguaje. No tenía aún mucha experiencia como novelista de modo que no pensaba demasiado en cuestiones como el argumento, que desvelo en el primer párrafo. Con Middlesex la cosa cambió radicalmente. Es una novela extensa, de una complejidad infinita, con numerosas ramificaciones, un verdadero rompecabezas, de manera que era imperioso prestar atención al armazón argumental. En La trama nupcial los personajes lo son todo. Dejé que fueran ellos quienes escribieran la novela, en lugar de imponerles una historia desde fuera como autor.
P. Las vírgenes suicidas está narrada en la primera persona del plural, algo que los escritores suelen rehuir. ¿Fue difícil?
R. No. Me limité a confiar en la voz. Le dejé leer el manuscrito a Donald Antrim, el escritor, que es muy amigo mío y me preguntó por qué no me olvidaba de las voces individuales y formaba un coro colectivo. La voz que empecé a escuchar entonces era como un conjuro que me llegaba de las profundidades del libro. Usted es escritor y sabe que en ficción lo más importante es dar con la voz que ha de conducir la narración. Cuando se da con ella, se trata de seguir sus indicaciones.
P. Te descubre cosas.
R. Te descubre cosas porque conecta con algo que hay dentro de ti. Te dice cosas que no sabías, es casi como si te diera permiso para adentrarte en el mundo que te has propuesto explorar. De repente se oye una voz que te dice qué debes hacer. Muchas veces el escritor está sumido en la incertidumbre, sin saber bien qué dirección tomar, hasta que una voz le señala el camino a seguir.
P. Usted fue alumno de John Hawkes.
R. Fui a la universidad para poder estudiar escritura creativa con él.
P. Hawkes era un experimentalista radical, pero usted parece haber evolucionado gradualmente hacia posturas más convencionales.
R. Si en el momento en que pusiera un pie fuera de este café me atropellara un autobús lo que dice usted sería cierto, pero tengo que decir que en estos momentos estoy escribiendo unos relatos que tienen muy poco de convencional.
P. ¿Cree que hay una cierta tendencia a volver a la tradición entre los escritores más importantes de su generación?
P. No es que me haya propuesto llevar la misión retrógrada de volver a la novela decimonónica, pero es verdad que hay cosas que vale la pena preservar de la tradición. La única manera de dar nueva vida a la novela es recombinando elementos muy dispares, mecanismos posmodernos, elementos tradicionales, aspectos de la novela psicológica, mezclándolo todo. No hay por qué sacrificar los logros del pasado en aras de ningún doctrinarismo.
P. ¿Qué libros hay en las estanterías del estudio donde escribe en su casa de Princeton?

La manera de dar
nueva vida a la novela
es recombinando elementos: mecanismos posmodernos, elementos tradicionales...
R. Sobre todo novelas y poesía de los grandes maestros del siglo XX, Joyce, Beckett, mucho Nabokov, bastante Philip Roth, Saul Bellow y Alice Munro, a quien cada vez leo más.
P. ¿Qué libros le han impactado más a lo largo de su vida?
R. Me vienen dos a la cabeza. Uno es Pálido fuego, de Nabokov. Lo leí durante un viaje a Turquía y me pareció que el reino de Zembla del que se habla en el libro se salía de las páginas fundiéndose con la realidad circundante. Era como si en lugar de a Turquía hubiera viajado al interior del libro. Desde el punto de vista emocional, la lectura más estremecedora de toda mi vida fue la de Anna Karenina. Ningún libro me ha impactado nunca tanto.
P. Nueve años exactos entre novela y novela. ¿Por qué tarda tanto?
R. Es como preguntarle a alguien que está haciendo el amor por qué no para.
P. ¿Es solo cuestión de placer?
R. En cierto modo sí, aunque hay otras cosas. Cuando escribo una novela no existe nada más. Vivo dentro de ella, me absorbe por completo. No sigo ningún plan, porque entonces se convierten en algo demasiado obvio, vivo dentro de la historia y normalmente no me siento satisfecho con lo que hago, al revés, me siento confundido y no sé en qué dirección seguir. Pero la historia avanza, voy viendo cómo se gesta milímetro a milímetro y cuando me quiero dar cuenta han pasado años.
P. ¿Cómo se da cuenta de que ha llegado el momento de parar?
R. Hay un punto en que todo lo que se le hace al libro lo empeora. Se empiezan a añadir partes que no hacen falta, a reescribir pasajes que al final no quedan mejor. Cuando pasa eso es momento de parar.
P. La palabra suicidio no parece circunscrita a su primera novela. También surge con cierta frecuencia en La trama matrimonial.
R. Supongo que debería preocuparme. Martin Amis volvía con cierta insistencia a la idea del suicidio hasta que un día se dio cuenta de que alguien había plantado esa semilla en él, alguien que conocía y que acabó por suicidarse había inoculado la idea en él y se filtró a los libros. Así que encontrarme el asunto en mis libros empieza a inquietarme.
P. Un elemento religioso gravita ocasionalmente sobre la novela. Alusiones a La nube del no saber, los místicos españoles, el maestro Eckhart, el viaje a India…
R. En Las variedades de la experiencia religiosa, William James explica bien cómo opera ese instinto en la gente joven. En ese sentido hay una razón personal. Hubo un tiempo en que me interesé por cosas como la meditación zen. Pero más allá de eso, creo que el elemento de que habla es algo radicalmente ausente de la novela contemporánea, lo cual es lamentable. En Anna Karenina, Levin sostiene una lucha consigo mismo por eso, porque siente que la vida carece de sentido y cuando al final de la novela nace su hijo tiene la impresión de que ha entrado en contacto con el origen de la vida, y es un momento muy intenso. Creo que momentos como ése, presentes también en la obra de otros grandes novelistas, nos obligan a enfrentarnos con nosotros mismos, planteándonos las preguntas más radicales que se derivan del hecho de existir. ¿La vida, la suya, la mía, tiene algún sentido o no lo tiene? La pregunta brilla por su ausencia en la literatura contemporánea y creo que es legítimo volver a formularla.

En La trama nupcial los personajes lo son todo. Dejé que fueran ellos quienes escribieran la novela, en lugar de imponerles una historia
P. Su novela le da un giro muy hábil al asunto al trasladar la cuestión del sentido de la vida al plano literario, preguntándose por el sentido o el significado de los textos que leemos. Los libros de teoría literaria que lee la protagonista proclaman la muerte del autor, del texto, del significado, aunque la realidad de su vida va por otro lado.
R. Muy poca gente ha visto ese aspecto de mi libro. Toda la cuestión de la semiótica no es más que una envoltura tras las que se ocultan cuestiones de más largo alcance. Hay un paralelo entre la negación del sentido en la literatura y la negación del sentido en la vida.
P. ¿Cuánto hay de autobiográfico en su novela?
R. Un 37%.
P. ¿El resto se lo deja a la imaginación?
R. Tampoco se puede dejar todo el trabajo a la imaginación. Lo vi muy claro cuando estaba escribiendo Middlesex. Había elementos históricos, como los sucesos de 1922 en Esmirna que exigen documentarse rigurosamente.
P. ¿Qué escritores le interesan entre sus contemporáneos?
R. Martin Amis, Franzen, David Wallace, Donald Antrim, George Saunders, y como le dije cuando me preguntó por mis estantes, Alice Munro. Cada vez la leo más.
P. En uno de los últimos números de The New York Review of Books, el artículo estrella es una análisis de Homeland por Lorrie Morre, , una de las escritoras estadounidenses más respetadas. ¿Cree que los novelistas de mayor talento escriben para la televisión? ¿Que el equivalente al espíritu de Dostovieski sobrevive en series como The Wire?
P. David Foster Wallace fue el primero en decir cosas así, cuando confesaba que estaba enganchado a The Wire. Pronto lo comprobaré, porque me han encargado trabajar para la pantalla, aunque la verdad es que escribir novelas o escribir para televisión son actividades radicalmente distintas. Cuando escribo un guión siento que estoy ante un enorme vacío. Echo de menos los matices de que es capaz la prosa narrativa. Eso no quiere decir que no me gusten las series de televisión. Las veo, pero no sustituirán a la literatura. La idea de que la gente va a dejar libros para dedicarse exclusivamente a ver televisión es simplemente falsa. Ahora bien, hay una idea importante detrás de todo esto. Aunque como escritor no me preocupa la competencia que supuestamente se quiere hacer a la literatura desde otros medios, nunca me he avergonzado de querer atrapar la atención de la gente con un libro. Eso es algo totalmente legítimo que todos buscamos. Philip Roth no se cansó de decirlo. Nadie quiere ser tan frío e intelectual como para escribir libros que solo se enseñan en clases universitarias que son un pestiño. El escritor tiene que ser consciente de su obligación de darle algo gratificante al lector, algo que este no puede encontrar en ningún otro lugar salvo en un buen libro.




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