martes, 9 de abril de 2013

Sara Montiel / La muerte de un mito del cine español

Sara Montiel

Una vida de película

Elvira Lindo
El País, 9 de abril de 2013


Gary Cooper, Sara Montiel, Denise Darcel y Burt Lancaster, en el rodaje de 'Veracruz' (1954), de Robert Aldrich
Cabría pensar en la mala suerte de la dama del cuplé al tener que cederle protagonismo a la dama de hierro, pero analizando las razones por las que la británica reina hoy en las secciones de necrológicas de todos los periódicos del mundo creo que la manchega sale triunfante por una razón de carácter histórico: es difícil que una cómica tenga el poder de empeorar el mundo.
Leo hoy un retrato algo camp que le hacía en 2003 el escritor Francisco Umbral, y dejando a un lado ese estilo ligero y descarado que uno envidia en estos tiempos espesos, el cronista, fiel a su naturaleza misógina, le leía la cartilla a la Antonia por estar aireando el romance que mantuvo, cuando casi era una niña, con el dramaturgo Miguel Mihura. Umbral definía a Mihura como un caballero por no haber dicho ni mú, y a la Antonia como una bocas (la palabra la pongo yo) por contar que se acostó con la crema de la intelectualidad. Por resumirlo de manera castiza. Se ve que lo que una chica tiene que contar después de acostarse con un señor mayor y volverle loco (según ella) es que dicho señor la enseñó a leer y a escribir. Que la alfabetizó.
Pero cuando la Montiel comenzó a soltar por esa boca siempre entreabierta algunos de sus recuerdos húmedos ya llevaba la actriz muchos guiones leídos, igual que Umbral se había ganado un prestigio aireando en las novelas sus affaires con señoritas por todos conocidas aunque las escondiera un poco tras la mayúscula del nombre propio. Pero se ve que hay cosas que están bien o mal dependiendo de quien las cuente.
Sara Montiel fue, más que una gran actriz, más que cantante, más incluso que una mujer jaquetona, una mujer que se valió de su popularidad para llevar una vida más libre que aquella que se podían permitir las mujeres españolas de su generación. Esa es la impresión que la diva me produjo en el encuentro que propició Javier Rioyo hace un año, en un restaurante cercano al Instituto Cervantes de Nueva York. Javier, acostumbrado a sonsacar anécdotas a todas esas viejas glorias de la cultura que él ha frecuentado tanto, pidió unos margaritas y tiró de la lengua a Saritísima, que no ofreció resistencia y comenzó a hilvanar un capítulo de su vida con otro, despacio, con ese ritmo al hablar algo zarzuelero, que dividía las palabras en sílabas. No hablamos de cine, sino de amantes: de Mihura, el discreto solterón, a Severo Ochoa, el discreto casado. Y como para probar que lo que contaba era cierto se afanaba igualmente en desmentir esos rumores que se dejan caer en ese tipo de prensa canalla a la que ella acabó teniendo tanto rechazo. ¡No es cierto que yo haya tenido nada con el Rey!, nos dijo. Es más, continuó, en una recepción que tuve con la reina Sofía la saludé y en mi saludo le di a entender que eso jamás había ocurrido, que podía estar tranquila. Me resultó muy cómico, y no me atreví a preguntarle cómo, en un acto protocolario, una cómica deja caer a una reina que no es cierto lo que se anda diciendo por ahí.
Contaba historias e historietas, algunas tenían trazas de ser reales y otras parecían fabuladas con el tiempo, como a veces ocurre en la mente de los ancianos. Me resultó más creíble su relación con Severo Ochoa, por ejemplo, que ese otro capítulo en el que se convertía en adalid de los derechos civiles, montando un número que incluyó el estampar loza contra el suelo en un restaurante neoyorquino en el que no le daban mesa por ir con su amiga Billie Holiday. ¿Quién no trata de engrandecer su propia vida cuando ya no tiene nada que ganar? Ni que perder. No sé si alguien reunirá la paciencia de reconstruir la vida de Antonia, Sarita, Sara, Saritísima y separará la realidad de la fantasía. En España somos más de necrológicas, pésames y golpes de corazón y adiós muy buenas. Pero sería una pena no contar la verdadera historia.
Yo la conocí ya torpe, media ciega y algo sorda, pero mantenía en su tono y en su conversación una especie de descaro juvenil, que debía ser el aspecto más primario e incombustible de su carácter.
Tras el artículo que publiqué sobre ella me llamaron, para mi asombro, algunas televisiones y algunas radios pidiéndome que hablara sobre la vida y obra de la diva. Pero yo no sé más que lo que ustedes saben. Tuve la oportunidad, eso sí, de compartir unos cócteles con una anciana que me cayó estupendamente, porque daba la impresión de haber hecho de su capa un sayo. Y para mí esa es la prueba de que, a pesar de todo, la vida merece la pena.



Fallece la actriz Sara Montiel

Representó la metáfora inequívoca de cierta España de los 50, los 60 y los 70

 Víctor Núñez JaimeMadrid 8 ABR 2013 - 17:16 CET




ATLAS
La actriz 
Sara Montiel ha fallecido hoy a los 85 años en su casa en el madrileño barrio de Salamanca como consecuencia de una grave crisis de salud. La intérprete, nacida en 1928 en Campo de Criptana (Ciudad Real), fue la primera gran estrella española que llegó hasta Hollywood. Protagonizó películas como Veracruz o El último cuplé. Metáfora inequívoca de cierta España de los 50, los 60 y los 70, la actriz y cantante interpretó, además, canciones de resonancias inolvidables tales como Fumando espero o Bésame mucho. Sara Montiel, que también fue una de las más cotizadas actrices en el terreno de las variedades, decidió dejar el cine en 1974.

Sara Montiel
Yuma, 1957
Apenas hace tres semanas la última diva había celebrado sus 85 años en compañía de sus amigos más íntimos. Y no dio (no parecía dar) muestras de fatiga. Porque jamás tuvo en mente bajarse de los escenarios. “En primavera me pongo a dar conciertos. Y me va muy bien. Pero en diciembre y enero no hago nada, ¿eh? El año pasado hice seis galas. Me quieren mucho en toda España. Estoy dos horas en el escenario y todos salen encantados. Y no hago nada para cuidar mi voz”, dijo en octubre pasado en su última entrevista, concedida a El País. 
En 1957, con el estreno de El último cuplé le llegó el éxito. A partir de entonces comenzó a protagonizar una cadena de melodramas musicales. Y puso su tarifa: “Un millón de dólares por película”. Ella misma elegía las canciones que iba a interpretar. También el vestuario, para que estuviera a juego con la escenografía. Y hasta el horario de trabajo. “Porque me negué a volver a madrugar. En México y Estados Unidos tenía que levantarme a las cinco y media o seis de la mañana. ¡Nunca más!”. Se olvidó de Hollywood. “En todas partes cayó El último cuplé como una avalancha y en todas partes triunfó. ¿Quién, en un caso así, querría volver a hacer de india?”.

ATLAS

Nació en Campo de Criptana (Ciudad Real), un pueblo humilde que subsistía gracias a la agricultura y reconocido por sus molinos de viento, uno de los cuales lleva su nombre, y que algunos señalan como aquellos contra los que luchó Don Quijote de La Mancha. Al estallar la Guerra Civil, se fue con su familia a Orihuela (Alicante), y ahí la futura estrella comenzó a estudiar en un colegio de monjas, donde sor Leocadia le enseñó a cantar. María Antonia Abad Fernández (que era su verdadero nombre) tenía 16 años cuando en la Semana Santa de 1941 cantó una saeta que escuchó el periodista José Ángel Ezcurra, fundador de la revista Triunfo, y quiso conocerla.

Sara Montiel
Ezcurra le puso una profesora de canto y la animó a presentarse a un concurso. Interpretó La morena de mi copla y ganó. Luego la llevaron a Barcelona para hacer unas pruebas de cine, y debutó, no sin ciertas reticencias, con Empezó la boda, al lado de Fernando Fernán-Gómez. “Fue el primero que me besó. Yo tenía 16 años y no sabía. Y me explicó cómo se hacían las películas. Yo creía que se hacían como se ven: del principio al final”.
Pensó en Alejandra como nombre artístico. Pero al ilustrador Enrique Herreros no le gustó. Requería un “apellido contundente”, como Montiel. Por su parte, ella recordó que su bisabuela se llamaba Sara, un nombre que le agradaba. Así nació Sara Montiel. Y así la llamaron por primera vez en la revista Primer Plano.

Con Gary Cooper, en Veracruz, 1954
Llegaron más películas. En Locura de amor, por ejemplo, hizo de “mala malísima”. “Pero ahí el público comenzó a notar que en realidad yo estaba buenísima”. Sentía, con todo, que su carrera de actriz no despegaba. Un día, el dramaturgo Miguel Mihura (“mi primer amor, el hombre que me hizo mujer y al que volvía loco en la cama y dejaba como un trapo”) la recomendó a la productora Hispamex, que la contrató para hacer Furia de amor en México.
Sara Montiel llegó al Distrito Federal acompañada por su madre en abril de 1950. “¡Ay, qué país México! Una industria cinematográfica muy profesional, en plena época de oro. ¡Y la gente se podía divorciar! Una realidad que contrastaba con la España cutre que teníamos. Al instante me hice famosa. Cómo no, si me pusieron al lado de Pedro Infante. Hice tres películas con él. Y me hice mexicana, claro. Todavía tengo mi carta de nacionalidad en la caja fuerte. Cuando me casé con Tony Mann, en Los Ángeles, me casé con mi otro pasaporte, el mexicano”.
A Sara, Sarita, Saritísima, le sobreviven sus dos hijos (adoptados) y una de las más grandes leyendas del cine español.

Sara Montiel
Mi último tango, 1960

Filmografía
Te quiero para mí (1944)
Empezó en boda (1944)
El misterioso viajero de Clipper (1945)
Se le fue el novio (1945)
Bambú (1945)
Don Quijote de la Mancha (1947)
Por el gran premio (1947)
Mariona Rebull (1947)
La mies es mucha (1948)
Alhucemas (1948)
Confidencia (1948)
Locura de amor (1948)
Vidas confusas (1949)
Pequeñeces (1950)
Furia roja (1951)
Cárcel de mujeres (1951)
El capitán Veneno (1951)
Necesito dinero (1952)
Ahí viene Martín Corona (1952)
El enamorado (1952)
Ella, Lucifer y yo (1953)
Aquel hombre de Tánger (1953)
Piel Canela (1953)
Jimmy (1953)
Yo no creo en los hombres (1954)
Por qué ya no me quieres (1954)
Se solicitan modelos (1954)
Veracruz (1954)
Frente al pecado de ayer (1955)
Dos pasiones y un amor (1956)
Donde el círculo termina (1956)
El último cuplé (1957)
Yuma (1957)
La violetera (1958)
Carmen de la Ronda (1959)
Mi último tango (1960)
Pecado de amor (1961)
La bella Lola (1962)
La reina de Chantecler (1962)
Noches de Casablanca (1963)
Samba (1965)
La dama de Beirut  (1965)
La mujer perdida (1966)
Tuset Street (1968)
Esa mujer (1969)
La casa de los Martínez (1971)
Varietés (1971)
Cinco almohadas para una noche (1974)


EL ADIÓS A UNA ESTRELLA 

DEL ESPECTÁCULO

Sara Montiel, 

entre la realidad y la ficción

Muere a los 85 años todo un mito ibérico del cine, el cuplé y el papel ‘couché’

Se convirtió en la primera actriz española que abrió las puertas de Hollywood


Diego Galán
Madrid, El País, 9 de abril de 2013

Sara Montiel falleció ayer a los 85 años en su casa del madrileño barrio de Salamanca. La actriz y cantante había nacido en 1928 en Campo de Criptana, en una familia de campesinos. Su padre, gañán, apenas ganaba para alimentar a la familia, y según contaba la propia Sara, ella y su hermana tenían que comer raíces o robar en las huertas para saciar el hambre. “Pero desde niña fui increíblemente bella”, decía de sí misma, y ello la transportó al cine en poco tiempo. Fue descubierta por el director de la revista Triunfo, José Angel Ezcurra, y luego, de la mano del hábil Enrique Herreros, humorista, pintor, director y, en general, hombre de talento, cambió su nombre real, Maria Antonia Alejandra Abad Fernández, por el más sonoro de Sarita Montiel.
Quizás fue, efectivamente, la más bella, o al menos la más fascinante. Sara Montiel aportó al cine español de los años sesenta una sensualidad desconocida en las pantallas hispanas. Un hermoso cuerpo bien lucido, la mirada insinuante, el busto provocador, unido al personaje de mujer libre en el amor que la hizo famosa, despertaron en el público una pasión que la convertiría en la máxima estrella de esa época. Pero su carrera no fue siempre un camino de rosas. En su vida, realidad y ficción se confunden con frecuencia y es difícil establecer dónde acaba una y empieza la otra.
Contaba que empezó a leer y escribir en México, enseñada por León Felipe ya que en Madrid no lo había hecho Miguel Mihura, “el hombre que me hizo mujer”, y que hasta entonces, para interpretar sus primeros papeles en el cine —Empezó en boda (1944), Locura de amor (1948),Pequeñeces (1950)…— tenía que aprenderse de memoria los textos que le iban leyendo. Pero ya cantaba con una bonita voz y, lo que fue más novedoso, de forma que se entendiera la letra de los cuplés. Así lo hizo, y bien, en Se le fue el novio (1945) y Mariona Rebull (1947).
Pero como no lograba el triunfo con el que soñaba, se marchó a México, donde intervino como protagonista en una docena de películas de éxito, a destacar Cárcel de mujeres (1951) y Piel canela (1953), en las que aparecía guapísima y por las que fue reclamada para intervenir en Veracruz (1954) junto a Gary Cooper y Burt Lancaster. La Montiel contaría luego sus buenas relaciones con Cooper y cómo ella le ayudó a soportar el sol en los ojos en los rodajes en exteriores. “Yo te apaño”, y ni corta ni perezosa le aplicó en los ojos dos gotas de anestesia al protagonista de Solo ante el peligro. Eso contaba la Montiel. Pero fuera como fuese, en Hollywood intervino igualmente en Yuma (1957) y Dos pasiones y un amor (1956), en la que intimaría con el director, Anthony Mann, con quien finalmente contrajo matrimonio civil.
Mientras tanto, Sara Montiel había intervenido en una modesta película española, que su productor y director Juan de Orduña tuvo que malvender para concluir el rodaje. Contra toda previsión, el estreno de El último cuplé (1957) fue clamoroso. Más de un año se mantuvo en cartel, circulando luego por múltiples países de Europa y América, afianzando con ello la presencia de una nueva Sara Montiel, descubierta como sex-symbol y también como cantante, una carambola que le llegó al haber rechazado Concha Piquer interpretar las canciones de la película. Los éxitos se sucedieron imparables: La violetera, Carmen la de Ronda, Pecado de amor, La reina del Chantecler… Fue entonces cuando se corrió la leyenda de que Sara Montiel imponía su criterio en el rodaje y en la fotografía. Se cuenta que filmando Mi ultimo tango llegó tarde a la estación de tren en que se debía rodar una escena. La acción transcurría en un crudo invierno y así estaban vestidos los figurantes. “Pero, Antonia”, le dijo el director al verla llegar vestida de verano, “¿cómo vienes así? Mira cómo están todos…”, y ella, sujetándose con energía los pechos, replicó: “¿Y el público qué quiere ver en el cine, a éstos o a éstas?”. Y se salió con la suya.
Las anécdotas que se cuentan de la Montiel son infinitas, muchas de ellas disparatadas, como algunas que ella misma escribió en sus diversas autobiografías. Que si James Dean se mató en el coche tras una frenética tarde de amor con ella, que si le tiraban piedras en España al no estar casada por la iglesia… Pero fue cierto que con el tiempo la Montiel imponía o expulsaba a los directores. Jordi Grau fue reemplazado por Luis Marquina a instancias suyas durante el rodaje deTuset Street (1968), y eligió a Mario Camus y Juan Antonio Bardem, para Esa mujer (1969) y Varietés (1971), respectivamente. Luego, Cinco almohadas para una noche (Pedro Lazaga, 1974), fue un fracaso, y el mito de Sara Montiel en el cine desapareció con ella.
Casada con el empresario mallorquín José Tous, la Montiel hizo pinitos en el teatro, haciéndose acompañar de otras grandes de la canción (Josephine Baker, Olga Guillot, Celia Gámez… ) o actuando ella sola, atreviéndose a todo, con música de rap: Saritísima, Taxi, vamos al Victoria… Pero la estrella no levantó el vuelo. Puede que a Sara no le importara ese declive o el no haber sabido aprovechar las oportunidades que le llegaban, como la de Pedro Almodóvar para una de sus películas. El caso es que en los últimos años sólo se hablaba de la Montiel por sus extraños romances, pálido reflejo de los que había presumido. Pero haciendo balance de su vida ella se sentía satisfecha al recordar la pobreza en que había vivido, su ilusión por ser “alguien en la vida”, algo imposible de imaginar entonces, y ahora, resumía, “todo es como sueño: lo inalcanzable, alcanzado, como en un cuento de hadas”.


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