miércoles, 7 de abril de 2010

Jorge Cadavid / La poesía silente

Fotografía de Mirjam Appelhof
Jorge Cadavid
LA POESÍA SILENTE


La poesía aspira a la música. La música aspira al silencio. Ante el silencio, la música enmudece. Pero el silencio no es la ausencia de sonido. Para un músico como Webern el uso del silencio es esencial, es pausa, tiempo, espacio comunicativo. El silencio es la más hermosa metáfora de la música: “La música callada, la soledad sonora” de Juan de Yepes. El silencio es continua batalla por situarse fuera de la tiranía del lenguaje. La ausencia real de palabra es presencia en el poema. Algunas veces el silencio es invocado como vacío y ausencia, en otra ocasiones el silencio aparece como presencia y plenitud.
El encabalgamiento, el balbuceo, la fragmentación, las variantes tipográficas, los espacios en blanco se convierten en tácticas del silencio. La página blanca es cuerpo silencioso y desnudo sobre el que se convoca al poema como vestido. El silencio se encarga de comunicar un decir distinto, que roza lo blanco y el vacío. Es la apertura y llegada de todo poema hacia lo inefable.
Lo inefable es el fruto más alto de la contemplación, se sitúa más allá de la frontera del lenguaje. El poeta debe penetrar en él como zona de meditación, como última morada del silencio. Entre el decir y lo dicho, entre lo que está antes y después de toda expresión. El poeta regresa a lo ilimitado, a lo impronunciable, a los sonidos temblorosos del balbuceo y la afasia.
La tentación del poeta es el silencio originario. Entre palabra y silencio se mueve su particular discurso metafísico. Por eso, el primer lenguaje para expresar sus experiencias es la poesía, por ser el género más cercano al verdadero silencio. Es un lenguaje alusivo, lleno de elipsis y paradojas, de oxímoron y balbuceos, preñado de ausencias. El uso de términos antitéticos como música callada rompe el lenguaje para dejar entrever el vacío. La combinación de términos opuestos se sustituye por la existencia de un tercero hipotético y lo sitúa como ausente. Crea un agujero en el lenguaje. Talla en él lo indecible. Es el lenguaje que apunta a un no lenguaje.
Las más diversas tradiciones místicas enseñan que Dios es silencio. Silencio total y absoluto, el silencio del ser y no solo el ser del silencio: reductio in silentium. Lo que se necesita es solo una gran soledad interior. Al silencio de las palabras le siguen el silencio de los pensamientos y el silencio de los deseos. El blanco aparece como la desnudez del único silencio. Se mantiene el poeta vacío, en disponibilidad, siempre. La inspiración consiste en suspender el pensamiento, en dejarlo disponible, en vacío y penetrable al objeto. Sobre todo la mente debe estar en blanco, a la espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir en su verdad desnuda al objeto: al mundo.
El silencio en que no hay palabra alguna que pase es la sombra de este entendimiento, en el interior del logos. Es la condición humana que solo pasivamente lo recibe, recogiéndose en su vacío. Chuang Tzu se consuela en su afasia poética con un acertijo verbal bajo cuyo ingenio subyace una honda lección espiritual: “El que lo sabe, no lo dice, y el que lo dice, es porque no lo sabe”.
El poeta se siente abrumado por la naturaleza ininteligible del trance. Lo único que queda claro de la experiencia abisal es que es literalmente indecible. Pocos escritores han asumido la derrota verbal inherente a la experiencia extática y dicen no. Lo único que queda claro de la experiencia abisal es que es literalmente indecible. Cada época debe reinventar su poética del silencio, que es la forma de realidad última. Desde Mallarmé hasta Celan el lenguaje discursivo es llevado al límite de la negación. Estéticas de la retractación basadas en la ley de la adición negativa, donde el punto es la última y única unión de silencio y palabra.
Hablo de una poética de la desnudez, que conlleva un proceso de esencialización: la palabra pura, básica, esencial actúa como totalidad y ante ella debemos guardar silencio: “De lo que no se puede hablar, mejor es callar”, dijo Wittgenstein. El silencio se ofrece como disponibilidad ante lo absoluto. Solo desde la soledad a la que el yo poético ha llegado mediante un ejercicio de reducción, es posible saborear la plenitud, gustar el infinito en toda su extensión: “Me ilumino de infinito”, afirmó el poeta italiano Ungaretti. 
En realidad, la poética del silencio, tan mal asimilada y peor interpretada en los últimos años, es una renuncia explícita de sí misma para convertirse en expresión dela otra voz, aquella que no tenemos y nos busca para nombrarnos. Para el artista moderno hablar es decir menos, de modo que el ideal del silencio, visible en la filosofía de Wittgenstein, en la música de Webern y en la prosa de Kafka (traicionado póstumamente en su silencio), refleja el fracaso de la palabra ante la verdad desnuda y abisal. “No hay palabras para las experiencias más profundas”, anota Ionesco en su diario.
Desde Hölderlin y Rimbaud, modelos de escritores silentes, pasando por Hofmannstahl, Crane, Wasler, Cravan, poetas de silencio voluntario, la poesía contemporánea no ha dejado de renunciar a la palabra, de religarse al silencio como forma iniciática. Al crearse el poema se saca a la palabra del silencio y esta aprende a renombrar ese espacio vacío en que se ha formado. Interesarse por el silencio es hacerlo por la palabra, por el verbo en toda la despojamiento de su esencia poética. Hablo del poder germinante del silencio. Un silencio primordial que parece situarse en una anterioridad a toda significación, cuando la palabra todavía no existía y el poema aún estaba por hacerse.
Este libro invisible implica, de fondo, una reflexión que cuestiona incluso la posibilidad y la noción misma de escritura. Exorcizar el propio silencio: escribir que no se puede escribir, también es escribir. El silencio de la escritura, unido a la desconfianza por el lenguaje, lleva al poeta a adorar el silencio como idea, como quimera. Solo de la pulsión negativa, solo del laberinto del No, surgirá una poética del silencio estético. Un acto voluntario precedido de una experiencia con el lenguaje que ha llegado a un límite. El silencio aparece como un desbordamiento del ser que no soporta las barreras del lenguaje. La voz se silencia pero, paradójicamente, esta mudez está llena de sentido. El silencio se vuelve contra el lenguaje extrayendo, a la vez, su verdadera esencia.



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