lunes, 30 de noviembre de 2009

Charles Bukowski / Tráeme tu amor




Charles Bukowski
TRÁEME TU AMOR

Harry bajó las escaleras hacia el jardín. Muchos de los pacientes estaban allí afuera. Le habían dicho que Gloria, su mujer, estaba allí afuera. La vio sentada a una mesa, sola. Se acercó a ella en diagonal, de refilón por detrás. Dio la vuelta a la mesa y se sentó frente a ella. Gloria estaba sentada con la espalda muy recta y tenía la cara muy pálida. Le miró pero no le vio. Después le vio.
-¿Es usted el director?- le preguntó.
-¿El director de qué?
-El director de verosimilitud.
-No.
Estaba pálida, sus ojos eran pálidos, azul pálido.
-¿Cómo te encuentras, Gloria?
La mesa era de hierro, pintada de blanco, una que duraría siglos. Había un pequeño recipiente con flores en el centro, flores marchitas y muertas que colgaban de tallos blandos y tristes.
-Eres un follaputas, Harry. Te follas a las putas.
-Eso no es cierto, Gloria.
-¿Y también te lo chupan? ¿Te chupan el pito?
-Iba a traer a tu madre, Gloria, pero estaba en la cama con gripe.
-Esa vieja murciélago siempre está en la cama con algo... ¿Es usted el director?
Los demás pacientes estaban sentados junto a otras mesas o de pie, recostados contra los árboles, o tumbados en la hierba.
Estaban quietos y en silencio.
-¿Qué tal es la comida aquí, Gloria? ¿Tienes amigos?
-Horrible. Y no, follaputas.
-¿Quieres algo para leer? ¿Quieres que te traiga para leer?
Gloria no contestó. Entonces levantó la mano derecha, la miró, cerro el puño y se asestó un golpe en la nariz, muy fuerte. Harry se estiró por encima de la mesa y le cogió ambas manos.
-¡Gloria, por favor!
Ella empezó a llorar.
-¿Por qué no me has traído bombones?
-Pero Gloria, tú me dijiste que odiabas los bombones.
Las lágrimas le caían abundantemente.
-¡No odio los bombones! ¡Me encantan los bombones!
-No llores, Gloria, por favor... Te traeré bombones y todo lo que quieras... Escucha, he alquilado una habitación en un hotel, a un par de manzanas de aquí, sólo para estar cerca de ti.
Sus ojos pálidos se agrandaron.
-¿Una habitación de hotel? ¡Estarás ahí con una jodida puta! Estareís viendo juntos películas porno y tendréís un espejo de los que ocupan todo el techo!
-Estaré aquí un par de días, Gloria- dijo Harry dulcemente-. Te traeré todo lo que quieras.
-Tráeme tu amor, entonces-gritó-. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?
Algunos pacientes se volvieron y miraron.
-Gloria, estoy seguro de que no hay nadie que se preocupe por ti más que yo.
-¿Quieres traerme bombones? Bueno, pues ¡métete los bombones por el culo!
Harry sacó una tarjeta de su cartera. Era del hotel. Se la dio.
-Quiero darte esto antes de que me olvide. ¿Te permiten hacer llamadas? Si quieres cualquier cosa, sólo tienes que llamarme.
Gloria no contestó. Cogió la tarjeta y la dobló. Luego se agachó, se quitó un zapato, metió la tarjeta dentro y volvió a ponerse el zapato.

Entonces Harry vio al doctor Jensen que cruzaba el jardín hacia ellos. El doctor Jensen se acercó sonriendo y diciendo:
-Bueno, bueno, bueno...
-Hola, doctor Jensen -dijo Gloria, sin la menor emoción.
-Puedo sentarme? -preguntó el doctor.
-Claro -dijo Gloria.
El doctor era un hombre corpulento. Rezumaba peso, responsabilidad y autoridad. Sus cejas parecían gruesas y espesas; eran gruesas y espesas. Querían deslizarse y desaparecer dentro de su boca redonda y húmeda pero la vida no se lo permitía.
El doctor miró a Gloria. El doctor miró a Harry.
-Bueno, bueno, bueno -dijo-. Estoy realmente satisfecho de los progresos que hemos hecho hasta el momento...
-Sí, doctor Jensen, justamente le estaba contando a Harry lo mucho más estable que me siento, cuánto me han ayudado las consultas y la terapia de grupo. Esto me ha librado de gran parte de mi furia irracional, de mi frustación inútil y de mucha autocompasión destructiva...
Gloria estaba sentada con las manos entrelazadas sobre la falda, sonriendo.
El doctor sonrió a Harry.
-Gloria ha experimentado una notable recuperación.
-Sí -dijo Harry-, lo he notado.
-Creo que será cuestión de sólo un poquito más de tiempo y Gloria volverá a estar en casa con usted, Harry.
-Doctor- preguntó Gloria-,¿puedo fumarme un cigarrillo?
-Por supuesto, mujer -dijo el doctor, a la vez que sacaba un paquete de cigarirllos exóticos y le daba un golpecito para sacar uno. Gloria lo cogió y el doctor alargó su encendedor dorado y lo accionó con el dedo. Gloria inhaló y soltó el humo.
-Tiene unas manos preciosas, dcotor Jensen -dijo ella.
-Ah, gracias, querida.
-Y una bondad que salva, una bondad que cura...
-Bueno, hacemos todo lo que podemos en este viejo edificio... -dijo suavemente el doctor Jensen-. Ahora, si me disculpan, tengo que hablar con algunos pacientes más.
Levantó con facilidad su copachón de la silla y se dirigió hacia una mesa donde otra mujer estaba visitando a otro hombre.
Gloria miró fijamente a Harry.
-¡Ese gordo cabrón! Se toma la mierda de las enfermeras para almorzar...
-Gloria, me ha encantado verte, pero he estado conduciendo muchas horas y necesito descansar. Y creo que el doctor tiene razón. He notado algunos progresos.
Ella se rió. Pero no era una risa alegre, era una risa teatral, como un papel memorizado.
-No he hecho ningún progreso en absoluto; de hecho, he retrocedido.
-Eso no es cierto, Gloria...
-Yo soy la paciente, cabeza-de-pescado. Yo soy la que mejor puede hacer un diagnóstico.
-¿Qué es eso de cabeza-de-pescado?
-¿Nadie te ha dicho nunca que tienes la cabeza como un pescado?
-No.
-La próxima vez que te afeites, fíjate. Y ten cuidado de no cortarte las agallas.
-Me voy a marchar..., pero mañana volveré a visitarte.
-La próxima vez trae al director.
-¿Estás segura de que no quieres que te traiga nada?
-¡Lo que vas a hacer es volver a esa habitación del hotel a follarte a alguna puta!
-¿Y si te trajera un ejemplar de New York? A ti te gustaba esa revista...
-¡Métete New York por el culo, cabeza-de-pescado! ¡Y después puedes seguir con el TIME!
Harry se inclinó por encima de la mesa y le apretó la mano con la que se había golpeado la nariz.
-Mantén la enterza, sigue intentándolo. Pronto te pondrás bien...
Gloria no dio señal de haberle oído. Harry se levantó lentamente, se volvió y se encaminó hacia la escalera. Cuando había subido la mitad, se volvió y dijo adiós a Gloria con la mano. Ella siguió sentada, inmóvil.

Estaban a oscuras y todo iba bien, cuando sonó el teléfono. Harry siguió con lo suyo, pero el teléfono continuó sonando. Era muy molesto. Enseguida se le puso blanda.
-Mierda -dijo, y se quitó de encima. Encendió la lámpara y cogió el teléfono.
-Dígame?
Era Gloria.
-¿Te estás follando a alguna puta?
-Gloria, ¿te dejan telefonear a estas horas de la noche? ¿No te dan una píldora para dormir o algo?
-¿Por qué has tardado tanto en coger el teléfono?
-¿Tú no cagas nunca? Pues yo estaba a la mitad de una soberbia cagada, me has cogido justo a la mitad.
-Apuesto a que sí... ¿Vas a terminarla después de hablar conmigo?
-Gloria, es tu maldita paranoia extrema la que te ha conducido a donde estás.
-Cabeza-de-pescado, mi paranoia casi siempre ha sido el presagio de una verdad que iba a ocurrir.
-Oye, estás desvariando. Trata de dormir. Mañana iré a verte.
-¡Muy bien! ¡Cabeza-de-pescado, acaba de FOLLAR!
Gloria colgó.
Nan estaba en bata, sentada en el borde de la cama, y tenía un whisky con agua sobre la mesilla. Encendió un cigarrillo y cruzó las piernas.
-Bueno -dijo-, ¿cómo está tu mujercita?
Harry se sirvió una copa y se sentó a su lado.
-Lo siento, Nan...
-¿Lo sientes por qué? ¿Por quién? ¿Por ella o por mí o por qué?
Harry vació su lingotazo de whisky.
-No hagamos un maldito melodrama de esto.
-¿Ah sí? Bien, ¿qué quieres que hagamos de esto? ¿Un simple revolcón en la hierba? ¿Quieres que volvamos a ello hasta que acabes o prefieres meterte en el cuarto de baño y cascártela?
Harry miró a Nan.
-¡Maldición! No te hagas la lista. Tú conocías la situación tan bien como yo. ¡Tú fuiste la que quiso venir conmigo!
-¡Pero es porque sabía que, si no venía, te traerías a alguna puta!
-Mierda - dijo Harry-, otra vez esa palabra.
-¿Qué palabra? ¿Qué palabra? -Nan vació su vaso y lo tiró contra la pared.
Harry fue hasta allí, recogió el vaso, volvió a llenarlo, se lo dio a Nan, luego llenó el suyo.
Nan bajó la mirada hacia su vaso, dio un trago, lo puso sobre la mesilla.
-¡La voy a llamar, se lo voy a contar todo!
-¡De eso ni hablar! Es una mujer enferma.
-¡Y  eres un enfermo hijo de puta!

Justo en ese momento el teléfono sonó otra vez. Estaba en el suelo, en el centro de la habitación, donde Harry lo había dejado. Los dos saltaron de la cama hacia el teléfono. Al segundo timbrazo los dos estaban en el suelo, agarrando una parte del auricular cada uno. Giraron una y otra vez sobre la alfombra, respirando pesadamente, con las piernas y los brazos y los cuerpos en una desesperada yuxtaposición. Y así se reflejaban en el espejo que había en el techo de pared a pared.





jueves, 19 de noviembre de 2009

La pelea de Millás con las palabras

Juan José Millás


La pelea de Millás con las palabras

El escritor desgrana sus traumas lingüísticos en la Biblioteca Nacional


JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid 19 NOV 2009

Uno dice Millás y ve un tipo friolero, embotado en un abrigo de cuero negro encima de una americana gris, con gafas metálicas, cubierto también de parsimonia y retranca que probablemente se pregunte a menudo: "¿Por qué si soy un hombre hecho y derecho no me llamo Millós?". La relación de un escritor con las palabras no es sana. Es, por definición, conflictiva, cuando no traumática o directamente de diván, como es el caso de Millás. Así lo percibió el público -más de 200 personas- que abarrotaba y se desternillaba ayer en el salón de actos de la Biblioteca Nacional, donde el autor de El mundo dio rienda suelta a su terror y su perplejidad ante el lenguaje, dentro de un ciclo dedicado a los Premios Nacionales.


"No entendía por qué mis hermanas comían garbanzos y no garbanzas"
"Los vocablos tienen sabor, textura, algunos no hay quien los trague"

El amigo Millás sale a escena como en un monólogo y dicta una lección de comedia a lo Woody Allen, con gotas de Groucho Marx y aires de diccionario secreto en plan José Luis Coll o de greguería de Ramón Gómez de la Serna. De hecho, está trabajando con Juan Diego en una adaptación teatral de lo que leyó ayer. Con complejo de Edipo y sexo incluidos. "Las palabras nos hacen y nos deshacen. Tienen un significado dentro de ti y otro fuera", afirmaba Millás. "Los diccionarios se refieren al término 'vagina' como un conducto de paredes membranosas que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta el útero. Pero si la vagina no fuese más que eso: qué interés, por Dios, íbamos a tener los hombres en meternos en ellas y con la desesperación que lo hacemos, como si nos fuera la vida en ello".
Su desconcierto viene de lejos. La suya fue una infancia complicada, que aterraba a su madre por las rarezas del angelito. Ya lo ha narrado en esa joya autobiográfica que es El mundo. Ayer se extendió. "De pequeño no comprendía por qué mis hermanas, siendo chicas, comían garbanzos y no garbanzas y por qué a los chicos nos daban remolacha en lugar de remolacho. De hecho había colegios de chicos y de chicas pero los de ellas no se llamaban colegias". Así comenzó el conflicto. También el pavor de su madre al conocer sus curiosidades y su preocupación: "No le digas nada a nadie que ya lo arreglo yo", le contestó.
Según fue creciendo comprobó que todo seguía patas arriba en ese aspecto. Que el hecho de que existieran personas sin personalidad podría implicar que también se dieran casos de mesas sin mesalidad o sartenes sin sartenidad. Lo primero es la definición de amorfo que le dio su padre: "Una persona sin personalidad". Cuando el chaval le planteó su duda con otros objetos, el hombre le contestó: "¿Tú eres idiota o qué?".
Con todo, y a la vista de que no encuentra respuestas en los diccionarios, ni en la lógica implantada por las cosas, Millás ha comenzado a definir el suyo propio. Va por la "a". De Avemaría, por ejemplo: "Una oración con la que nos castigaban por masturbarnos sin advertir que al darle ese uso punitivo (maravillosa expresión) la contaminaban de nuestra impureza. Muchos de mi generación no pueden hoy masturbarse sin rezar ni rezar sin masturbarse".
Las palabras encierran muchísimos peligros, según Millás. "Una vez mi hijo me preguntó qué quería decir 'efímero", relató ayer el escritor. "¿De dónde has sacado esa palabra?", le preguntó en tono un tanto amenazante su padre. "No me lo quería decir. Le presioné. 'De un libro', dijo al fin. '¿Qué clase de libro?', insistí. No me gustaba que fuera recogiendo palabras por ahí, de cualquier sitio. Las palabras están llenas de infecciones. Una vez contagiado, caen sobre ti las enfermedades oportunistas (las frases oportunistas, cabe decir) y estás perdido. '¿La vida es efímera?', preguntó entonces y comprendí que había sacado la palabra de donde no debía".
Las palabras definen un mundo que no puede ser consensuado. Cuando un escritor sabe esto, comprende el conflicto que llevan preñado en su seno, está condenado a desentrañar el misterio. Millás lo supo pronto. Como también comprendió que los vocablos no sólo contienen definiciones: "Que tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce. Las que curaban y las que hacían daño, las que dormían y las que despertaban. Las que proporcionaban inquietud y paz. Había palabras, incluso, que mataban".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de noviembre de 2009


miércoles, 18 de noviembre de 2009

Sean Penn / Bukowski / Vasos vacíos


radar
DOMINGO, 27 DE JUNIO DE 2004
NOTA DE TAPA
pagina 12
Borracho mítico. Peleador impenitente. Apostador serial. Romántico recalcitrante. Ultimo beatnik. Primer punk. Ajeno a cualquier capilla o institución literaria, pero con lectores devotos en todo el mundo, hace diez años moría Charles Bukowski. Radar convocó a algunos de sus lectores argentinos de aquellos años para recordarlo. Y además reproduce la extraordinaria entrevista que le hizo Sean Penn en 1987 para la revista Interview, cuando el actor estaba a punto de participar de la filmación de Barfly (en un papel que finalmente haría Mickey Rourke).


Charles Bukowski

Vasos vacíos


POR SEAN PENN 

Charles Bukowski nació en Andernach, Alemania, en 1920. A los tres años de edad llegó a los Estados Unidos y creció en Los Angeles. Actualmente reside en San Pedro, California, con su esposa, Linda. Famoso borracho, peleador y mujeriego, Genet y Sartre lo llamaron “el mejor poeta de los Estados Unidos”, pero sus amigos lo llaman Hank.

Bares:“Ya no voy mucho a bares. Saqué eso de mi sistema. Ahora, cuando entro a un bar, siento náuseas. Estuve en demasiados, es apabullante. Son para cuando uno es más joven: todo eso de irse a las manos con un tipo, hacerse el macho, levantarse minas. A mi edad, ya no lo necesito. Hoy sólo entro a los bares para mear. A veces cruzo la puerta y empiezo a vomitar”.

El alcohol: “El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Siempre fui reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre en la cama. Es una liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo un montón de cosas atrevidas... Entonces el alcohol me gusta, cómo no”.

Fumar: “Me gusta fumar. El cigarrillo y el alcohol se equilibran. Yo solía despertarme de una borrachera y había fumado tanto que mis dos manos estaban amarillas, casi marrones, como si tuviera puestos guantes. Y me preguntaba: ‘¡Mierda! ¿Cómo se verán mis pulmones?’”.

Pelear: “La mejor sensación es cuando golpeás a un tipo que no se supone que puedas golpear. Una vez me metí con un tipo, me estaba insultando. Le dije: ‘Bueno, adelante’. No tuve ningún problema, le gané la pelea fácilmente. Estaba tirado en el piso. Tenía la nariz ensangrentada. Me dijo: ‘Jesús, te movés siempre tan lentamente que pensé que serías fácil. Y cuando empezó la condenada pelea, ya no podía ver tus manos, te volviste tan rápido. ¿Qué pasó?’. Le dije: ‘No sé, hombre. Así son las cosas. Uno ahorra para cuando tiene que usarlo’”.

Los gatos: “Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse y ellos lo saben. Por eso son salvadores. Cuantos más gatos uno tenga, más tiempo vivirá. Si tenés cien gatos, vivirás diez veces más que si tenés diez. Algún día esto será descubierto: la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre. Realmente es ridículo”.


Sean Penn, Bukowski, Madonna

Las mujeres y el sexo:
“Yo las llamo máquinas de quejarse. Las cosas con un tipo nunca están bien para ellas. Y cuando me tiran toda esa histeria... Tengo que salir, agarrar el auto e irme. A cualquier parte. Tomar una taza de café en algún lado. En cualquier lado. Cualquier cosa menos otra mujer. Supongo que están construidas de diferente manera, ¿no? Cuando la histeria empieza, se acaba todo. Uno se tiene que ir, ellas no entienden por qué. ‘¿Adónde vas?’, te gritan. ‘¡Me voy a la mierda, nena!’. Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Es puro boca a boca. Escuchan que Bukowski es ‘un cerdo macho chauvinista’, pero no chequean la fuente. Seguro, a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos, pero con los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o perro. Las mujeres son tan quisquillosas, piensan que me las agarro con ellas en particular. Ése es su problema”.

La primera vez: “Mi primera vez fue la más rara. No sabía cómo hacerlo, y ella me enseñó a chuparle la concha y todas esas cosas de coger. Me acuerdo de que me decía: ‘Hank, sos un buen escritor, pero no sabés una mierda sobre las mujeres’. ‘¿Qué querés decir? Estuve con un montón de mujeres.’ ‘No, no sabés nada. Dejame enseñarte algunas cosas.’ Le dije que bueno y ella: ‘Sos buen estudiante, entendés rápido’. Eso fue todo. (Está un poco avergonzado. No por los detalles sino por el sentimentalismo del recuerdo.) Pero todo ese asunto de chupar conchas se puede poner un poco servil. Me gusta hacerlas gozar, pero... Todo está sobrevalorado. El sexo sólo es una gran cosa cuando no lo hacés”.

El sexo antes del sida (y su casamiento): “Yo nada más entraba y salía de entre las sábanas. No sé, era como un trance, un trance de coger. Y las mujeres... uno les decía algo, las tomaba de la muñeca, ‘vamos, nena’, las guiaba hasta el dormitorio y se las cogía. Cuando uno entra en el ritmo, sigue adelante. Hay un montón de mujeres solitarias allá afuera. Son lindas, pero no se saben conectar. Están sentadas solas, van al trabajo, vuelven a la casa... es algo maravilloso para ellas que un tipo se les aparezca. Y si se sienta cerca, bebe y habla, es entretenimiento. Estuvo bien, tuve suerte. Las mujeres modernas... no te cosen los botones”.

Escribir: “Escribí un cuento desde el punto de vista de un violador de una niña muy pequeña. Y la gente me acusó. Me hicieron entrevistas. Decían: ‘¿Le gusta violar a niñitas?’. Dije: ‘Por supuesto que no. Estoy fotografiando la vida’. Me metí en problemas con montones de cosas. Pero, por otro lado, los problemas venden libros. Pero, en última instancia, escribo para mí. (Da una larga pitada a su cigarrillo.) Es así. La pitada es para mí, la ceniza es para el cenicero. Eso es publicar. Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado desnudo. Todo el mundo te puede ver. De noche es cuando se sacan los trucos de la manga... la magia”.

La poesía: “Siempre recuerdo que, en el patio de la escuela, cuando aparecía la palabra ‘poeta’ o ‘poesía’, todos los pendejos se reían y se burlaban. Puedo ver por qué: es un producto falso. Ha sido falso y snob y endogámico por siglos. Es ultradelicado, sobreapreciado. Es un montón de mierda. Durante siglos, la poesía es casi basura total. Es una farsa. Ha habido grandes poetas, no me entienda mal. Hay un poeta chino llamado Li Po. Podía poner más sentimiento, realismo y pasión en cuatro o cinco sencillas líneas que la mayoría de los poetas en sus doce o trece páginas de mierda. Y bebía vino también. Solía quemar sus poemas, navegar por el río y beber vino. Los emperadores lo amaban porque podían entender lo que decía. Por supuesto, sólo quemó sus poemas malos. Lo que yo quise hacer, si me disculpa, es incorporar el punto de vista de los obreros sobre la vida... los gritos de sus esposas que los esperan cuando vuelven del trabajo. Las realidades básicas de la existencia del hombre común... algo que pocas veces se menciona en la poesía desde hace siglos. Mejor, que quede registrado que dije que la poesía es una mierda desde hace siglos. Y una vergüenza”.

Céline: “La primera vez que leí a Céline, me fui a la cama con una caja grande de galletitas Ritz. Empecé a leerle y me comía una galletita Ritz, me reía, me comía una Ritz, leía. Leí la novela entera de un tirón y me terminé la caja de galletitas. Y me levanté y tomé agua. Tendrías que haberme visto. No me podía mover. Eso es lo que un buen escritor te puede hacer. Casi te puede matar. Un mal escritor puede hacerlo, también”.
Shakespeare: “Es ilegible y está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda. Cuando algo dura mucho tiempo, los snobs empiezan a aferrarse a él, como ventosas. Cuando los snobs sienten que algo es seguro, se aferran. Pero si les decís la verdad, se ponen salvajes. No pueden soportarlo. Es atacar su propio proceso de pensamiento. Me desagradan”.

Su material de lectura favorito: “Leí en el The National Enquirer una nota titulada ‘¿Es su marido homosexual?’. Linda me dijo: ‘¡Tenés voz de puto!’. Yo dije: ‘Oh, sí, siempre me lo pregunté’. Ese artículo decía: ‘¿Su marido se depila las cejas?’. Y yo pensé, mierda, lo hago todo el tiempo. Ahora sé lo que soy. Me depilo las cejas, soy un puto. Es muy amable de parte de The National Enquirer decirme lo que soy”.
El humor y la muerte: “El último gran humorista era un tipo llamado James Thurber. Pero su humor era tan magnífico que tuvieron que ignorarlo. Este tipo era, podría decirse, un psiquiatra de las edades. Tenía algo ambiguo, hombre-mujer, veía cosas. Era sanador. Su humor era tan real que uno gritaba de risa, era como una liberación frenética. Aparte de Thurber, no puedo pensar en nadie... Yo tengo algo de humorista, pero no como él. No llamo humor a lo que tengo, lo llamo un ‘filo cómico’. Estoy colgado en eso. Casi todo lo que pasa es ridículo. Cagamos todos los días. Eso es ridículo, ¿no te parece? Tenemos que seguir meando, poniendo comida en nuestras bocas, nos sale cera de los oídos. Tenemos que rascarnos. Cosas feas y tontas, ¿o no? Las tetas no sirven para nada, salvo...”.

Nosotros: “La verdad es que somos monstruosidades. Si pudiéramos vernos, podríamos amarnos, darnos cuenta de lo ridículos que somos, con nuestros intestinos retorcidos por los que se desliza lentamente la mierda mientras nos miramos a los ojos y decimos: ‘Te amo’. Nos carbonizamos y producimos mierda, pero no nos tiramos pedos cerca del otro. Todo tiene un filo cómico”.

Ganar: “Y después nos morimos. Pero la muerte no nos ha ganado. No ha mostrado ninguna credencial. Nosotros hemos mostrado todas las credenciales. Con el nacimiento, ¿nos ganamos la vida? No realmente, pero de seguro la hija de puta nos tiene atrapados... La muerte me provoca resentimiento, la vida también, y mucho más estar atrapado entre las dos. ¿Sabés cuantas veces intenté suicidarme? Dame tiempo, sólo tengo 66 años. Sigo trabajando en eso. Cuando uno tiene tendencias suicidas, nada lo molesta, excepto perder en las carreras de caballos. ¿Por qué será? A lo mejor porque uno usa su mente en las carreras, no su corazón. Pero nunca cabalgué. No estoy muy interesado en el caballo sino en el proceso de acertar o no, selectivamente”.

Las carreras: “Traté de ganarme la vida con las carreras por un tiempo. Es doloroso. Es vigorizante. Todo está al límite, el alquiler, todo. Pero uno tiende a ser cuidadoso. Una vez estaba sentado en una curva. Había doce caballos en la carrera y estaban todos amontonados. Parecía un gran ataque. Todo lo que veía era esos grandes culos de caballo subiendo y bajando. Parecían salvajes. Miré esos culos de caballos y pensé: ‘Esto es una locura total’. Pero hay otros días en los que ganás cuatrocientos o quinientos dólares, ganás ocho o nueve carreras al hilo, y te sentís Dios, como si lo supieras todo. Y todo queda en su lugar”.

La gente: “No miro mucho a la gente. Es perturbador. Dicen que si mirás mucho a otra persona, te empezás a parecer a ella. Pobre Linda. La mayoría de las veces me la puedo pasar sin la gente. La gente no me llena, me vacía. No respeto a nadie. Tengo un problema en ese sentido. Estoy mintiendo pero, creeme, es verdad”.

La fama: “Es destructora. Es una puta, una perra, la destructora más grande de todos los tiempos. A mí me tocó la mejor parte porque soy famoso en Europa y desconocido aquí, en Estados Unidos. Soy uno de los hombres más afortunados. La fama es terrible. Es una media en una escala del denominador común, la meten trabajando a un nivel bajo. No tiene valor. Una audiencia selecta es mucho mejor”.

La soledad: “Nunca me sentí solo. He estado en una habitación, me he sentido suicida. Estuve deprimido, me he sentido horrible más allá de lo descriptible, pero nunca pensé que una persona podía entrar a una habitación y curarme. Ni varias personas. En otras palabras, la soledad no es algo que me molesta porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo. Siento la soledad cuando estoy en una fiesta, o en un estadio lleno de gente vitoreando algo. Citaré a Ibsen: ‘Los hombres más fuertes son los más solitarios’. Nunca pensé: ‘Bueno, ahora va a entrar una rubia hermosa y vamos a garchar, y me va a frotar las bolas, y me voy a sentir bien’. No, eso no iba a ayudar. Viste cómo piensa la gente común: ‘Guau, es viernes a la noche, ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos acá sentados?’. Bueno, sí. Porque no hay nada allá afuera. Es estupidez. Gente estúpida mezclándose con gente estúpida. Que se estupidicen entre ellos. Nunca tuve la ansiedad de lanzarme a la noche. Me escondía en bares porque no quería esconderme en fábricas. Eso es todo. Les pido perdón a los millones, pero nunca me sentí solo. Me gusta estar conmigo mismo. Soy la mejor forma de entretenimiento que puedo encontrar”.
El tiempo libre: “Es muy importante tener tiempo libre. Hay que parar por completo y no hacer nada por largos períodos para no perderlo todo. Seas un actor o una ama de casa, cualquier cosa, tiene que haber grandes pausas en las que no hacés nada. Uno se tira en una cama a mirar el techo. Hacer nada es muy, muy importante. ¿Y cuánta gente lo hace en la sociedad moderna? Muy poca. Por eso la mayoría está totalmente loca, frustrada, enojada y odiosa. Antes de casarme, o de conocer a muchas mujeres, bajaba las cortinas y me metía en la cama por tres o cuatro días. Me levantaba para cagar y para comer una lata de porotos. Después me vestía y salía a la calle, y el sol brillaba y los sonidos eran maravillosos. Me sentía poderoso, como una batería recargada. Pero, ¿sabés qué me tiraba abajo? El primer rostro humano que veía en la vereda. Esa cara nomás me hacía perder la mitad de la carga. Esta cara monstruosa, sin expresión, tonta, sin sentimientos, cargada de capitalismo. Pero aún así valía la pena, me quedaba la mitad de la carga todavía. Por eso el tiempo libre es importante. Y no digo tomarse tiempo para tener pensamientos profundos. Hablo de no pensar en absoluto. Sin pensamientos de progreso, sin pensamientos sobre uno mismo. Sólo ser un haragán. Es hermoso”.

La belleza: “No existe algo como la belleza, especialmente en un rostro humano, eso que llamamos fisonomía. Todo es un imaginado y matemático alineamiento de rasgos. Por ejemplo, si la nariz no sobresale mucho, si los costados están bien, si las orejas no son demasiado grandes, si el cabello no es demasiado largo. Es una mirada generalizadora. La gente piensa que ciertos rostros son hermosos, pero, realmente, no lo son. La verdadera belleza, por supuesto, viene de la personalidad. No tiene nada que ver con la forma de las cejas. Me dicen de tantas mujeres que son hermosas... pero cuando las veo, es como mirar un plato de sopa”.

La fealdad: “No existe. Hay algo llamado deformidad, pero la simple fealdad no existe. He dicho”.

Érase una vez: “Era invierno, yo me estaba muriendo de hambre intentando ser escritor en Nueva York. No había comido en tres o cuatro días. Así que finalmente dije: ‘Me voy a comer una gran bolsa de pochoclo’. Cada grano era como un churrasco. Tragaba y echaba pochoclo a mi estómago que decía ‘¡Gracias, gracias!’. Estaba en el paraíso, caminando por ahí, hasta que dos tipos pasaron a mi lado y uno le dijo al otro: ‘¡Jesús!’. El otro dijo: ‘¿Qué pasa?’ ‘¿Viste a ese tipo comiendo pochoclo? Dios, era horrible.’ Así que no pude disfrutar el resto del pochoclo. Pensé qué quisieron decir con eso de que ‘era horrible’. Yo estaba en el paraíso. Supongo que era un poco cochino. Ellos siempre pueden distinguir a un tipo hecho mierda”.

La prensa: “Disfruto las cosas malas que se dicen sobre mí. Aumenta la venta de libros y me hace sentir malvado. No me gusta sentirme bien porque soy bueno. ¿Pero malo? Sí. Me da otra dimensión. Me gusta ser atacado. ‘¡Bukowski es desagradable!’ Eso me hace reír, me gusta. ‘¡Es un escritor desastroso!’ Sonrío más. Me alimento de eso. Pero cuando un tipo me dice que dan un texto mío como material de lectura en una universidad, me quedo boquiabierto. No sé, me aterra ser demasiado aceptado. Siento que hice algo mal”.

El dedo: (Levanta el dedo meñique de su mano izquierda) “¿Viste alguna vez este dedo? (El dedo parece paralizado en una forma de “L”). Me lo rompí una noche, borracho. No sé por qué, pero nunca se acomodó. Pero funciona perfecto para la letra ‘a’ de la máquina de escribir, y qué demonios, le agrega algo a mi personaje”.

La valentía: “A la mayoría de la gente supuestamente valiente le falta imaginación. Es como si no pudieran concebir lo que sucedería si algo saliera mal. Los verdaderos valientes vencen a su imaginación y hacen lo que deben hacer”.

El miedo: “No sé nada sobre eso”.
(Se ríe.)

La violencia: “Creo que, la mayoría de las veces, la violencia es malinterpretada. Hace falta cierta violencia. En nosotros hay una energía que necesita ser sacada. Creo que si esa energía es contenida, nos volvemos locos. La paz última que todos deseamos no es un área deseable. De alguna manera, no estamos destinados a eso. Por eso me gusta ver peleas de boxeo, y por eso yo mismo las protagonizaba en mi juventud. A veces se llama violencia a la expulsión de energía con honor. Hay locura interesante y locura desagradable. Hay buenas y malas formas de violencia. Es un término vago. Está bien si no se hace a expensas de otros”.

El dolor físico: “Con el tiempo uno se endurece, aguanta el dolor físico. Cuando estaba en el Hospital General, un tipo entró y dijo: ‘Nunca vi a nadie aguantar la aguja con tanta frialdad’. Eso no es valentía. Si uno aguanta suficiente dolor, uno cede. Es un proceso, un ajuste. Pero no hay forma de acostumbrarse al dolor mental. Me mantengo lejos de él”.

La psiquiatría: “¿Qué consiguen los pacientes psiquiátricos? Una cuenta. Creo que el problema entre un psiquiatra y su paciente es que el psiquiatra actúa de acuerdo al libro, mientras que el paciente llega por lo que la vida le ha hecho. Y aunque el libro pueda tener cierta perspicacia, las páginas siempre son las mismas y cada paciente es diferente. Hay muchos más problemas individuales que páginas. Hay demasiada gente loca como para resolverlo diciendo: ‘Tantos dólares por hora, cuando suena el timbre terminamos’. Eso sólo puede llevar a una persona un poco loca a la locura total. Recién empiezan a abrirse y a sentirse bien cuando el psiquiatra dice: ‘Enfermera, arregle la próxima cita’. Todo es asquerosamente mundano. El tipo está ahí para quedarse con tu culo, no para curarte. Quiere tu dinero. Cuando suena el timbre, que entre el siguiente loco. Ahora, el loco sensible se va a dar cuenta de que cuando el timbre suena, significa que lo cagaron. No hay límites de tiempo para curar la locura, y no hay cuentas para eso, tampoco. Muchos de los psiquiatras que yo he visto parecen estar al límite ellos mismos, además. Pero están demasiado cómodos. Creo que el paciente quiere ver un poco de locura, no demasiado. Ah, los psiquiatras son totalmente inútiles. ¿Siguiente pregunta?”.

La fe: “La fe está bien para los que la tienen. Mientras no me la tiren por la cabeza. Tengo más fe en mi plomero que en el ser eterno. Los plomeros hacen un buen trabajo. Dejan que la mierda fluya”.

El cinismo: “Siempre me acusaron de cínico. Creo que el cinismo es una uva amarga. Es una debilidad. Es decir: ‘¡Todo está mal! ¿Entendés? ¡Esto no está bien! ¡Aquello no está bien!’. El cinismo es la debilidad que evita que nos ajustemos a lo que ocurre en el momento. El optimismo también es una debilidad. ‘El sol brilla, los pájaros cantan, sonríe.’ Eso es mierda también. La verdad está en algún lugar entre los dos. Lo que es, es. Si no estás listo para soportarlo, joderse”.

La moralidad convencional:
“Puede que no exista el infierno, pero los que juzgan pueden crearlo. Pienso que la gente está sobredomesticada. Uno tiene que averiguar lo que le pasa, y cómo va a reaccionar. Voy a usar un término extraño aquí: el bien. No sé de dónde viene, pero siento que hay un básico rasgo de bondad en cada uno de nosotros. No creo en Dios, pero creo en esta ‘bondad’, como un tubo dentro de nuestros cuerpos. Puede ser alimentada. Siempre es mágica, por ejemplo cuando en una autopista sobrecargada de tráfico un extraño hace lugar para que alguien pueda cambiar de mano... es esperanzador”.

Sobre ser entrevistado: “Es como ser arrinconado. Es vergonzoso. Por eso, no siempre digo toda la verdad. Me gusta jugar y burlarme un poco, así que doy información falsa sólo por el gusto de entretener y mentir. Así que si quieren saber algo sobre mí, no lean una entrevista. Ignoren ésta, también”.

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