jueves, 5 de julio de 2007

Rosas rojas para Vivien Leigh

 

Vivien Leigh

Rosas rojas para Vivien Leigh

Una barcelonesa atesora numerosos objetos personales de la actriz, a quien conoció en 1965 y con la que se carteó durante años

Fermin Robles

5 de julio de 2007

Alexander Walker cuenta en la biografía que dedicó a Vivien Leigh (1913-1967) que la hermosa actriz británica tenía una "admiradora en España que cada mes le enviaba un ramo de rosas rojas". Una costumbre que la ferviente fan mantuvo incansable hasta que la intérprete que inmortalizó a la heroína sureña Escarlata O'Hara en Lo que el viento se llevó (1939) murió, mañana hará precisamente 40 años. El nombre de esa seguidora entusiasta es Elvira Clara Bonet, que a sus 66 años vive aún en la casa que la vio nacer en el barcelonés barrio de Horta, donde ha erigido un pequeño museo con unos 50 objetos de la actriz. Pero eso no es todo: Bonet mantuvo una intensa relación epistolar de la que aún atesora con mimo las 45 cartas que entre 1957 y 1967 le escribió Vivien Leigh, quien llegó a recibirla en dos ocasiones en su casa de Londres.

martes, 3 de julio de 2007

David Grossman / La angustia de crecer




David Grossman

La angustia de crecer



Marcos Giralt Torrente
15 de enero de 2002

Se recupera una novela no traducida de David Grossman, el mismo autor de Chico zigzag o Véase: amor. En la obra recién editada, El libro de la gramática interna, el autor israelí reflexiona sobre la pérdida del paraíso de la infancia a la vez que construye una metáfora sobre la realidad de su país.

De David Grossman (Jerusalén, 1954) se habían editado tres novelas en castellano: La sonrisa del cordero, Véase: amor y Chico zigzag. Hay que señalar que, aunque El libro de la gramática interna se traduzca ahora, más de tres años después de la última, es en realidad anterior, pues se publicó en su original hebreo en 1991, tres años antes que Chico zigzag, y es la tercera novela del israelí. La aclaración no es gratuita, ya que Chico zigzag y El libro de la gramática interna parecen muy relacionadas entre sí. No sólo comparten rasgos argumentales y temáticos, como tener ambas de personaje central a un adolescente y tratar en el primer plano de la narración el rito de paso a la madurez, sino que es posible observar entre ellas una relación más íntima que sobrepasa lo literario e invade lo anímico. Dejando a un lado las similitudes y el primoroso estilo de su autor, son tan radicales las diferencias de tono que guardan entre sí que pareciera que Chico zigzag hubiera surgido de la necesidad de Grossman de liberarse imaginativamente de las claustrofóbicas densidades a que le había conducido su inmersión previa en el mundo de Aharon Kleinfeld, el niño de 12 años protagonista de El libro de la gramática interna. Todo nos lleva a esa conclusión. El libro de la gramática interna parece amasado con las más apesadumbradas turbiedades del agobio existencial. No le falta humor, pero un humor oscuro que crece en el retruécano de la ironía, con vuelta amarga que aunque explore matices festivos, y hasta frívolos, siempre incluye un poso demasiado gravoso.





EL LIBRO DE LA GRAMÁTICA INTERNA

David Grossman Traducción de Ana María Bejarano y Jordi Font Tusquets. Barcelona, 2001 409 páginas. 18,03 euros

No es extraño que así suceda. El libro de la gramática interna combina la narración en tercera persona con la narración en primera persona, pero es esta última, a través de la voz del niño, la que lleva el peso del relato, de tal forma que toda la historia se contagia de la personalidad de Aharon Kleinfeld, un niño fantasioso que, cuando sus amigos más cercanos, de los que antes era cabecilla, empiezan a ejercitarse en el juego amoroso y a sentir interés por la política, renuncia a imitarlos, negándose a ingresar en un mundo adulto que no comprende y que condena desde todos los puntos de vista, pero del que tampoco consigue salir indemne, ya que la crisis de estima suscitada por su impotente rebeldía lo sumerge en un estado que lo conduce al autismo y a la autolesión. El libro de la gramática interna es una novela que se detiene más en las razones de sus personajes para actuar que en la acción en sí misma, pues lo que trata es de desvelar el punto de fricción en el que la realidad choca con la lógica íntima de las personas, desvelar no para descifrar o explicar sino para denunciar la magnitud de la sima, declinando, por imposible, toda esperanza de modificar algo que se toma por inexorable. Es una novela depresiva (todo lo contrario que Chico zigzag), y David Grossman no ahorra matices para dejarlo claro; la estructura circular y obsesiva, en la que cada conflicto es analizado y reanalizado, el ritmo premioso y repetitivo, así como la potente carga simbólica en la que se trasluce una nada complaciente meditación sobre el callejón sin salida israelí, lo confirman. Por todo ello, fuera del originalísimo personaje de Aharon, la principal responsabilidad de su efectividad literaria reposa en la trabazón de la prosa y en la capacidad metafórica exhibidas por Grossman.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de enero de 2002


EL PAÍS








lunes, 2 de julio de 2007

David Grossman / "Nuestra vida ya nunca será como antes"


"Nuestra vida ya nunca será como antes"

Diario del escritor israelí David Grossman de una semana marcada por la violencia en Oriente Próximo


David Grossman
21 de octubre de 2001

Los atentados del 11 de septiembre y la subsiguiente campaña militar y diplomática contra el terrorismo, encabezada por Estados Unidos, han inaugurado un clima de inquietud en el mundo, especialmente agudo en Oriente Próximo. Esta semana, en Israel y en los territorios palestinos se incrementaron los atentados y el clima de violencia. El destacado escritor israelí David Grossman (Jerusalén, 1945) relata en forma de diario de qué manera ha influido en estos siete días esa tensión en la vida cotidiana. Grossman, autor de novelas como Véase: amor o Chico zigzag, y del ensayo periodístico Presencias ausentes. Conversaciones con palestinos en Israel, narra asimismo cómo en ese clima angustioso se entrecruzan ficción y realidad.

SÁBADO

El sábado es un día ideal para ordenar el refugio. Mientras mi mujer y yo intentamos tirar todos los trastos que se han ido acumulando desde la última vez que ha habido peligro de guerra (no fue hace mucho: la Intifada estalló hace un año), mi hija pequeña está liada anotando a la gente que va a invitar a su cumpleaños. Y la gran pregunta es: ¿Debo invitar a Tali, aunque ella no me invitara al suyo? Así que mi mujer y yo tratamos de ayudarla a solucionar el problema y nos ponemos serios en un intento de mantener cierta cotidianiedad. Desde los atentados en Estados Unidos nos han arrebatado la ilusión de la rutina, la posibilidad de creer que hay cierta continuidad lógica, ya que siempre planea la idea de quién sabe dónde estaremos dentro de un mes.
Nosotros ya sabemos que nuestra vida ya no será como antes del 11 de septiembre. Cuando se derrumbaron las Torres Gemelas apareció una especie de grieta grande y profunda en la vieja realidad. Por esa grieta sale ahora el sonido apagado de truenos que anuncian lo que puede irrumpir de allí: violencia, crueldad, fanatismo y sinrazón. De repente, todo es posible. Es como si esta nueva situación hubiera despertado en la conducta humana la tentación de destruir, exterminar, aniquilar todo aquello que tiene vida, desde el cuerpo de cada persona hasta la sociedad, la ley, el Estado y la cultura. De pronto parece tan vulnerable el deseo de conservar lo que ya existe y lo que es nuestro día a día. Resulta tan enternecedor e incluso heroico el esfuerzo por sentir cierta cotidianidad: mantener a la familia junta, la casa, los amigos. (Por cierto, decidimos invitar a Tali).
DOMINGO
Afortunadamente para mí, la propuesta de escribir este diario ha llegado cuando acabo de empezar a escribir una nueva novela. Si no hubiera sido así, me temo que este diario sería realmente deprimente. Han pasado ya varios meses desde que terminé mi última novela y sentía cómo el hecho de no escribir me influía para mal. Cuando no escribo tengo la sensación de que no entiendo realmente nada, de que todo lo que me pasa, todo lo que ocurre y todas mis relaciones con las personas son hechos que tan sólo están 'uno al lado del otro', sin ningún contacto pleno entre ellos. En cambio, desde que he vuelto a escribir todo se va hilando de repente, todo acontecimiento alimenta los otros. Todo aquello que veo, toda persona con la que me encuentro es una pista que se me brinda y que espera que yo la interprete.
Ahora estoy escribiendo una novela sobre un hombre y una mujer. Empezó siendo un cuento sobre el hombre, pero la mujer con la que se encontró -que tan sólo iba a ser un personaje casual destinado a escuchar la historia del hombre- de repente me está interesando no menos que el hombre. Me pregunto si conviene, desde una perspectiva literaria, rendirme a ella, ya que el peso de la historia ya no estaría donde yo tenía pensado en un principio. La mujer rompe el frágil equilibrio que requiere la historia. Ayer por la noche me desperté pensando que debería eliminarla y cambiarla por otro personaje, más pálido, alguien que no le haga sombra al protagonista de la novela. Pero por la mañana, cuando la vi escrita, no fui capaz de despedirme de esa mujer; por lo menos, no antes de conocerla un poco más. Hoy he estado todo el día escribiéndola.
Es casi medianoche. Cuando estoy escribiendo una historia, trato de irme a dormir con una idea que aún no tenga del todo perfilada, que aún no entienda del todo, con la esperanza de que por la noche la idea vaya madurando en mis sueños. Es tan excitante y fortalecedor salir, gracias a una historia de ficción, de la realidad sombría que me veo obligado a vivir en esta zona inmersa en la desgracia. Qué bueno es volver a sentirse vivo.
LUNES
Una y otra vez leo en la prensa europea expresiones hostiles a Israel, en las que incluso se le culpa de los últimos acontecimientos. Me irrita tanto ver con qué vehemencia en ciertos ámbitos se utiliza a Israel como chivo expiatorio, como si Israel fuese la causa, simple, casi exclusiva que justifica el terrorismo y el odio que actualmente está sufriendo Occidente. Sin duda, sorprende el hecho de que Israel no haya sido llamado a participar en la coalición contra el terrorismo y sí en cambio ¡Siria e Irán!
Siento que estos y otros acontecimientos (como la conferencia de Durban y su actitud hacia Israel debido a la incitación racista de países musulmanes) provocan un giro importante en la visión que los israelíes tienen de sí mismos. Los israelíes, que en su mayoría creían que de alguna forma habían escapado ya del trágico destino de los judíos, vuelven a sentir ahora que ese carácter trágico se manifiesta de nuevo. De pronto, se ve lo lejos que están todavía de la Tierra Prometida, lo extendidos que están aún los estereotipos sobre el judío y cómo sigue habiendo antisemitismo, el cual muchas veces se esconde bajo una actitud antiisraelí radical, como si eso sí fuese legítimo.
Tengo muchas críticas que hacer al comportamiento de Israel, pero pienso que en las últimas semanas el odio hacia Israel que se percibe en los medios de comunicación no se debe sólo a las actuaciones del Gobierno de Sharon. Uno siente estas cosas en su interior, debajo de la piel. Siento una especie de temblor que llega hasta las células más antiguas de mi memoria, hasta aquellas épocas en que el judío no era visto como un ser humano -de carne y hueso- sino siempre como símbolo de otra cosa. Un ejemplo escalofriante: 'Usted determina por tanto', dijo ayer un presentador al final de un programa en la BBC al árabe a quien entrevistaba, 'que Israel es la causa de las desgracias que actualmente están envenenando el mundo. Gracias y buenas noches'.
MARTES
Desde hace aproximadamente dos días parece haber descendido el grado de violencia entre Israel y los palestinos. El corazón, acostumbrado a las decepciones, se niega aún a dejarse llevar por el optimismo. No obstante, la calma le permite a uno meterse en la escritura sin remordimientos de conciencia. La mujer de mi novela se está haciendo cada vez más importante. No tengo ni idea de adónde me llevará. Hay en ella algo de amargura e infinitud que me asusta y me atrae. Siempre se siente una enorme expectación al empezar una novela: la historia me ha de sorprender. Aún más, quiero que la historia me traicione de verdad, que me tire de los pelos y me arrastre a escribir lo totalmente contrario de lo que quiero, que me lleve a los lugares más peligrosos y aterradores para mí, que anule las cómodas coordenadas y los mecanismos que forjan mi vida, que acabe conmigo, con mis relaciones con mis hijos, con mi mujer, con mis padres, con mi país, con la sociedad en la que vivo, con mi idioma.
No es extraño que sea difícil entrar en una nueva historia. El alma se estremece. El alma -como todo ser vivo- desea seguir en movimiento, en la rutina. ¿Por qué tiene ella que participar en este proyecto de autodestrucción? ¿Qué mal le va así? Tal vez por eso me lleva tanto tiempo escribir una novela. En los primeros meses es como si yo tuviera que ir quitando una capa tras otra hasta llegar a mi alma rebelde.
MIÉRCOLES
'Sólo el que no ha escuchado las noticias de última hora sonríe'. Eso es lo que Bertolt Brecht escribió en una ocasión. A las siete y media de la mañana dicen en la radio que ha habido un atentado contra el ministro Rehavam Zeevi. Era uno de los políticos isralíes más radicales en su postura hacia los palestinos. Nunca estuve de acuerdo con sus opiniones, pero este acto de terrorismo es terrible y no tiene justificación. Es lo mismo que pienso cuando Israel mata a alguna personalidad política palestina.
Como cualquier Estado, Israel tiene evidentemente derecho a defenderse cuando un terrorista lleva una bomba y está yendo al lugar donde va a hacerla estallar. Rehavam Zeebi, a pesar de sus ideas, no era uno de esos terroristas.
El corazón se llena de angustia: Quién sabe cómo este asesinato puede ahora empeorar la situación. Los dos últimos días habían sido más o menos tranquilos; casi nos atrevimos a respirar de nuevo a pleno pulmón. Ahora, de golpe, es como si otra vez hubiéramos caído en la trampa. De nuevo recuerdo lo mucho que la insoportable ligereza de la muerte nos domina -escribo y tengo la sensación de que estoy siendo testigo de los días previos a una gran catástrofe.
Con todo, ayer disfruté de un momento de leve consuelo. Como cada miércoles, me reuní con mi Habrutá, un compañero y una compañera con las que quedo y estudio Talmud, Biblia, pero también a Kafka y a Agnón. La Habrutá es una institución judía muy antigua destinada a estudiar con otros y a afinar el pensamiento a través de la discusión. A lo largo de los años de estudio juntos hemos desarrollado una especie de código privado compuesto de asociaciones y recuerdos. De los tres yo soy el laico, pero con estos dos amigos llevo ya diez años manteniendo un diálogo vivo, emocionante y estimulador. Cuando estudio con ellos, me vinculo por dentro a una cadena de dos mil años de pensadores y creadores judíos. Llego a los cimientos de la lengua hebrea, a las bases del pensamiento judío. De pronto, entiendo el código oculto que subyace en la conducta social y política de Israel hoy en día. En medio de la sensación de confusión y ruina que me envuelve, me siento de repente arraigado.
JUEVES
Todo se derrumba. El Ejército israelí entra en la ciudad palestina de Ramala. Día de combates. Seis palestinos muertos (entre ellos una niña de 10 años y un líder de Al Fatah, responsable del asesinato de varios israelíes). Un israelí muere por disparos efectuados por palestinos procedentes de la ciudad del líder de Al Fatah muerto anteriormente. El frágil alto el fuego ha desaparecido y quién sabe cuánto tiempo habrá que esperar hasta que se llegue a otro. Telefoneo a una de las personas con las que puedo compartir mi desesperación en momentos como éste. Se trata de Ahmad Harb, un escritor palestino de Ramala. Un amigo. Me habla de los tiroteos que oye. Me comenta el optimismo que había entre los palestinos hasta anteayer, hasta que asesinaron al ministro Rehavam Zeevi. 'Fíjate en cómo cooperan entre sí los extremistas de ambos lados', me dice, 'mira lo bien que les va'. Anteayer, por primera vez desde hacía semanas, Israel había abierto el paso a la ciudad de Ramala. Después del asesinato de Zeevi, han vuelto las barreras y los puestos de control. Le pregunto a mi amigo palestino si hay algo en lo que yo pueda ayudar. Él se ríe: 'Nosotros sólo queremos movernos, estar en movimiento, salir de la ciudad y volver...'
Entre las noticias, las sirenas de las ambulancias y el ruido de los helicópteros que no paran de dar vueltas, intento aislarme y esforzarme en escribir mi novela. No es que quiera dar la espalda a la realidad -la realidad está aquí; es como un ácido que devora cualquier célula protectora-. Lo que pasa es que siento que, dadas las circunstancias, el mismo hecho de escribir se convierte en un acto de protesta, en un acto de afirmación del yo en medio de una situación que realmente amenaza con destruirme. Cuando imagino o escribo siquiera una frase, es como si lograra vencer, aunque sea por unos instantes, la sinrazón y la tiranía de la situación. Por un momento, no soy víctima.
VIERNES
La semana está a punto de terminar. En ella han ocurrido hechos tan graves que no he podido escribir en este diario sobre otras muchas cosas importantes para mí: sobre uno de mis hijos, que está escribiendo una obra de teatro surrealista para el seminario de teatro del instituto; sobre el partido de fútbol que vimos juntos en televisión entre el Manchester United y el Deportivo de La Coruña (incluido el polémico gol que le metieron a Barthez); sobre mi hija, que está realizando una investigación científica sobre su loro; sobre mi hijo mayor, que ahora está haciendo el servicio militar y por el cual me angustio en cada momento; y sobre mi vigésimoquinto aniversario de boda, que ha sido esta semana. Esta vez lo hemos celebrado con mucha preocupación: ¿Conseguiremos mantener el marco frágil y vulnerable de la familia durante los próximos años?
Tantas cosas preciosas, tantos momentos íntimos se pierden a causa del miedo y la violencia. Es tanta la energía que, en vez de dedicarse a la creación y al pensamiento, se destina a la destrucción y a la muerte -o a tratar de defenderse de una y de otra-. A veces tengo la sensación de que la mayor parte de las energías se dedican a conservar lo que ya existe. Si no llega la paz, me temo que todos nos iremos convirtiendo en una especie de armadura en la que ya no quedará dentro ningún caballero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de octubre de 2001

domingo, 1 de julio de 2007

David Grossman / Véase: amor / La inmensidad del holocausto


El escritor israelí David Grossman describe la inmensidad del holocausto

El autor publica en España 'Véase: amor', una visión de la 'shoah'


ANTONI MUNNE
Madrid 25 FEB 1993

El escritor israelí David Grossman (Jerusalén, 1954) ha pasado por Madrid para presentar su novela Véase: amor (Tusquets), una visión literaria absolutamente personal "de la inmensidad de la shoah [el holocausto] que constituye su segundo libro aparecido en nuestro país. El primero, El viento amarillo, un reportaje sobre la situación de los árabes en los territorios ocupados, fue publicado en 1988 por EL PAÍS-Aguilar.
Además de estas obras, Grossman es autor de otras dos novelas, La sonrisa del cordero (1983) y El libro de la gramática interior (1991) y de un libro de conversaciones con palestinos en Israel, cuyo título inglés es Sleeping on a wire (Durmiendo sobre un alambre) (1992)."Escribí Véase: amor porque no podía entender mi vida ahora en Israel, en esta tierra, como ser humano, como israelí, como judío, como padre, como escritor y como hombre, sin ponerme a mí mismo allí, en ese loco laboratorio de la shoah", dice Grossman cuando se le pregunta por las motivaciones que le empujaron a escribir su novela. Véase: amor es una extensa y compleja obra en la que, mediante cuatro capítulos que funcionan a la manera de un rompecabezas, se trata de dar una lectura inédita del holocausto: la visión de un niño, Momik; una digresión lírica sobre la desaparición del escritor Bruno Schulz; la historia de Wasserman, el abuelo de Mornik; y, finalmente, una enciclopedia sobre la vida de uno de los personajes creados por el propio Wasserman.

"Mi interés era abordar el tema de un modo que hasta entonces nadie había intentado para describir la inmensidad de la shoah. Y, sobre todo, no quería hacer un libro sobre la muerte, pensaba que el asesinato de masas sólo se puede dar en un mundo en el que no hay intimidad. Evidentemente, se me reprochó que escribiera sobre algo que no conocía directamente, pero sabía que para dar sentido a mi vida tenía que acabar con los silencios, secretos y tabúes que forman parte de la sociedad israelí".

  • La compleja estructura del libro fue un reto más para Grossman. "Escribí el libro en un año y medio de escritura intensa y completa dedicación. Contra lo que pueda parecer, no necesité excesiva documentación". Uno de los principales logros de Véase: amor es el de intentar dar cabida a la voz del otro, en este caso la del nazi. "Traté de vivir la shoah desde los dos puntos de vista, el de víctima y el de asesino. Fue una experiencia dificil conseguir entender cómo una persona normal puede convertirse en un asesino de masas". En cuanto al capítulo dedicado a Bruno Schulz, Grossman reivindica, "el poder de la creatividad y la imaginación de Schulz como contraste a la rigidez del pensa miento nazi. Responde, para mí, a la cuestión de cómo hubiera podido vivir un escritor como yo en la shoah".
La obra fue motivo de controversias en su país, pero tuvo una excelente acogida de crítica y de público. Ya ha vendido más de 75.000 ejemplares y ha sido traducida a numerosas lenguas. Respecto a los escritores de su país, Grossman confiesa que es prácticamente el único representante de su generación. "Por supuesto, me interesan escritores como Shabtai, Appelfeld, Kenaz o Amos Oz, pero o han desaparecido ya o son bastante mayores que yo. Tal vez el autor actual que más me interesa es A. B. Ychoshua".
Ante la pregunta de si la política está siempre presente en la obra de los escritores israelíes, Grossman responde lacónicamente: "La influencia de los escritores no es tan grande como ellos mismos quieren pensar. Aunque es cierto que en nuestro país se da una gran importancia a todo lo escrito".
Pese a considerar como un gravísimo error las deportaciones de palestinos, Grossman está esperanzado sobre el proceso de paz. "Este Gobierno quiere la paz y estoy convencido de que se llegará a ella bastante antes de lo que muchos piensan. Se habla de 10 o 15 años, pero yo creo que dentro de unos tres la situación habrá mejorado considerablemente".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de febrero de 1993